Una continuación

16 11 2013

Heme aquí de nuevo. Ha pasado mucho, mucho tiempo desde que interrumpí mis narraciones sobre mis viajes por Europa debido a que ahora ya desde hace casi tres años radico permanentemente en ella y mis múltiples obligaciones me han hecho alejarme de este querido blog. He recibido correos tras correos donde me preguntan “¿Y luego?”, «¿Qué sucedió después?» , «¿Ya no seguirás escribiendo?». Es la hora que termine por fin esas narraciones antes de que mi cerebro se ilumine por completo de locura y entonces mis viajes se mezclen con las fantasías que todavía en mi interior claman por ser realizadas.

A partir de mi vida en Alemania he ido descubriendo más de la vieja Europa, a la par que más de mí mismo. Lo que antes eran asombrosas primeras impresiones ahora son hechos cotidianos, lo que antes era soberbia en mi escribir es ahora humildad en mi aceptación. Me siento afortunado de haber podido experimentar tantos viajes y de haber encontrado la manera de vivir en un país que no solamente admiro por su historia, sino por su disciplina y eternas ganas de superación. Me sigo sintiendo ajeno en muchos aspectos, a pesar de que tengo aquí amigos excepcionales. He vivido mucho más de lo que podría contar en un sencillo blog, por lo que me he decidido a terminar este cuando las narraciones de mis viajes lleguen hasta el tiempo en que salí de México para intentar triunfar en esta interminable guerra que me ha significado la salida de mi país. Como muchos, no me fui de mi tierra por gusto ni por tener el dinero o los medios. Y como muchos, la situación actual en México me hizo aprovechar la primera oportunidad que tuve para salir e intentar continuar mi formación y expresar libremente mi opinión sin temor a represalias. Cuando comencé estos escritos era yo todavía muy inexperto, era un voraz y mordaz crítico hacia todo lo que me parecía estaba mal. Sentí que en algún momento mi valía como persona y mi acervo cultural serían inalcanzables para mis compañeros de aula debido al hecho de que había viajado sin dinero a Europa dos veces, durante dos meses, y había sobrevivido. Miraba con desprecio a los que no podían comprender mis aventuras, me deleitaba en narrar todas las situaciones que ya aquí he descrito pero bajo mi aire de arrogancia que ahora veo como ridículo y sobre-actuado. La vida en México fue siempre dura conmigo, mis años en Estados Unidos no lo fueron menos. Y estos 3 años en Europa no se quedan atrás. Una bofetada de realidad bastó para regresarme a mi sitio, bastó para que viera que muy a mi pesar había otros que habían también viajado, incluso a más sitios y por más tiempo. No era ni seré el único, ni tampoco seré el más célebre o el más recordado. Toda mi sabiduría aparente por haber devorado a los clásicos de la Filosofía y la literatura se vio estrellada en un santiamén cuando vi que acá el pensamiento no se detiene a rumiar de más sobre el pasado; se sigue proponiendo y avanzando. Mi arrogancia tuvo eco en mis días aciagos, pero afortunadamente aprendí también a recuperar el dulce arte del trato humano con personas diferentes. He conocido a personas tan diversas que parece inconcebible; tengo amigos japoneses, turcos, chilenos, colombianos, amigas polacas, chicas de Bulgaria, amigas taiwanesas, italianos, holandeses, un par de buenos amigos nigerianos… y claro, alemanes. De todos ellos he aprendido, y a todos ellos algo les he dejado. Ellos también han sido instigadores sutiles para que continúe con este proyecto; me conocen y saben de mis andanzas en el pasado.

Es el momento pues, de seguir narrando lo que aconteció en aquellos días. Mis letras han madurado, muestra de ello es el otro blog que tengo y al que ahora le dedico mucho más tiempo. Si algún lector avezado comienza a leerme desde el principio se dará plena cuenta de la evolución de mis líneas y de los cambios en mi alma; creo con firmeza que estoy lejos de aquél muchacho que salió lleno de rencor hacia Europa, y que se maravilló ante lo que ahora es cortesía. Antes de que mis recuerdos se marchiten y mis manos tiemblen de más terminaré esta historia, para después enfocarme al arte que ahora desde Alemania produzco, y para dedicarme de lleno también a mis otros proyectos literarios, mi primer poemario que pronto saldrá a impresión, por ejemplo. Agradezco de antemano a quién se tome el tiempo de leer estas sencillas líneas, agradezco todos los comentarios que han aparecido aquí y allá, y agradezco a todos los que al menos en algún punto del relato se sintieron identificados. Si alguna sonrisa he arrancado de sus labios es entonces satisfacción lograda para mí. Hago una última nota: nada de lo que en este blog se ha escrito ha sido exagerado, falseado, aumentado o inventado. Todo es exactamente lo que viví, de la manera en que lo viví y puedo garantizarlo plenamente. Cada historia y cada palabra se refieren a hechos que acontecieron tal y como los describo, así que pueden estar seguros de que nada en este blog es falso. Gracias de nuevo a todos los que por aquí se pasean, espero que disfruten su visita y espero que les sirvan los consejos que aquí se han dicho. Un saludo caluroso desde Alemania, y felices próximas fiestas; tschüss!!!

Münster, Nordrhein-Westfalen, noviembre 2013.

Raoul M.

tarde de Otoño en el centro de Münster

Tarde otoñal en el centro de Münster. Foto: Raoul M. 2011





Los números de 2012

30 12 2012

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2012 de este blog.

Aquí hay un extracto:

600 personas llegaron a la cima del monte Everest in 2012. Este blog tiene 5.800 visitas en 2012. Si cada persona que ha llegado a la cima del monte Everest visitara este blog, se habría tardado 10 años en obtener esas visitas.

Haz click para ver el reporte completo.





Lambrusco

9 12 2011

http://www.escritoresuniversitarios.mex.tl/blog_33153_LAMBRUSCO–O-EL-POEMA-ENTROMETIDO-.html





Preludio en el Patio.

9 12 2011

Después de mucho tiempo es hora de darle vida nuevamente a este blog. El viaje anterior se quedó a media narración, así que pronto actualizaré ese viaje y comenzaré con una nueva etapa para esta página: La vida en Alemania. Así mismo iré subiendo mi trabajo artístico que he desarrollado con el tiempo aquí en Münster y algunas publicaciones interesantes, algo de mayor difusión artística. Por ahora dejo un pequeño link y la promesa de continuar con esta guerra, comenzó como aventura y ahora es un clamor de viento con susurros de otras tierras. Hasta la próxima!





Wroclaw: Duendes y Comunismo

16 01 2011

Aeropuerto Nicolás Copérnico

Llegué a Wroclaw sin saber nada de la ciudad más que el nombre del aeropuerto, Nicolás Copérnico. ¿Alguno de ustedes había oído antes de esa ciudad? Yo tampoco… fue la elección debido a los pocos recursos y a que salía más barato salir en avión de Noruega que salir en autobús o en tren. Originalmente pensaba seguir en Escandinavia, pero el bolsillo no me ajustaría  para finalmente poder regresar a mi base de operaciones en Portugal.  Así que me decidí por Wroclaw, en Polonia. La curiosidad me acompañó durante la hora y media de vuelo, no sabía que esperar ni de la ciudad ni del país. Y por diversos motivos que iré narrando Polonia me sorpendió, me agradó y finalmente me desesperó.

México para los polacos

Alguna vez un hombre inteligente y conocedor me dijo que Polonia era como una mujer herida. Y efectivamente, entre invasiones, anexiones, guerras y más guerras Polonia ha estado, ha desaparecido, ha regresado y la han invadido de nuevo, toda una historia turbulenta. La Polonia moderna, la Polonia de hoy no lleva demasiado de vida: En 1989 quitaron al regimen comunista para establecer la República de Polonia. Sin embargo Polonia ha existido desde tiempos medievales lo cual le ha dado un soporte histórico y cultural bastante fuerte. Y no se puede dejar de mencionar que en territorio polaco está el lugar del genocidio por excelencia, Auschwitz.

Lo primero en lo que mi mirada y mi atención se centraron fue en un enorme anuncio de un restaurante mexicano en el lobby del aeropuerto. Eso dio la pauta para ver como ven en Polonia a México, y como éste último goza de gran popularidad en lo que empieza a definirse como los paises de Europa del Este. El frío para nada era como en Oslo, aunque se mantuvo en promedio a -5°C durante toda mi estancia. En esta ocasión el transporte del aeropuerto al centro de la ciudad no duró ni 30 minutos y lo realicé en un autobús de servico ordinario, nada de autobús tipo ADO como en Londres u Oslo. El sistema de pago del transporte público es similar a Venecia o a Porto, en donde la validación del boleto previamente comprado es lo que cuenta. Debido a eso simplemente aproveché la circunstancia y en toda mi estancia en Polonia no pagué por las veces que hice uso del transporte público. No es algo de lo cual me sienta orgulloso o algo de que ufanarse, sin embargo lo menciono para demostrar mi honestidad e intentar justificar mis actos diciendo lo siguiente: Soy un vagabundo que tiene que guardar cada moneda en su bolsillo para poder seguir vagando.

Hielo en los semáforos.

Durante el trayecto en el autobús mi atención iba totalmente enfocada al entorno que podía ver a través de la ventanilla llena de agua-nieve, y la vista no dejó nada a la imaginación. Muros grises, construcciones derrumbadas, edificios en «obra negra», chimeneas de fábricas silenciosas y humeantes como enormes cigarrillos tenebrosos dibujados contra la noche, las siluetas macabras de arcos y bóvedas huecas perfiladas en la oscuridad y realzadas con la débil luz de la calle, caminos llenos de nieve… no parecía precisamente un destino popular. El piso del autobús estaba ya completamente empapado, perdón, estaba ya mojado. Cada pasajero subía con su debida y respectiva cantidad de nieve en sus zapatos, por lo que al contacto con el piso antiderrapante y el contacto con la «calefacción» del autobús -aunque creo que era más por el factor humano pues no iba precisamente vacío- la nieve formaba pequeñitos charcos que no tenían tiempo para secarse. Así entonces el piso era un charco grande con el que tenía que lidiar para no mojar mis Converse, de por sí un poco húmedos ya.

Donde hay Coca-Cola, hay luz

Mientras peleaba con el charco el paisaje fue cambiando gradualmente hasta que las luces se hicieron más frecuentes y las contrucciones aparecían ordenadas y sin ese gris que antes mencioné. El tipo que daba información en el aeropuerto y al que le había pedido mi mapa me había señalado en el mismo un punto para bajar del autobús y tomar un tranvía hacia la calle de mi hospedaje (Kromera) pues según él la calle quedaba lejos, muy lejos y no era posible caminar. Patrañas. Blasfemias. El tipo me lo dijo con buena intención, pero jamás imaginó que tenía frente a sí a un caminador vagabundo profesional. Así que ignoré su recomendación cuando vi las señales que me había dado aparecer en la calle: Un edificio rojo grande y de ladrillo totalmente, la estación de policía… y de acuerdo a mis instrucciones sobre la ruta me bajé cerca de la calle Dworcowa.

¿Donde quedó la banqueta?

El frío andaba en su punto máximo de acuerdo a la zona, -8°C pero era nada en comparación con mi anterior destino. Así que puse manos y pies a la obra, y emprendí el camino sorteando tremendas montañas de nieve arrumbadas a un lado de la carretera, dejando la banqueta sepultada e invisible. Algo muy curioso fue que con excepción del último día en Wroclaw nunca vi de verdad las banquetas como tales (ahora mencionaré mucho y de manera seguida la palabra nieve).  Siempre estuvieron llenas de nieve, y la única forma de adivinar el camino para mí era el color: Por donde la nieve se veia de un tono más oscuro, un poco amarillenta ahí estaba la banqueta. No sé si no se preocupan por limpiar la nieve o si hace falta equipo, pero lo cierto es que solamente se limpia de la calle pavimentada, dejando toda la nieve removida en grandes cúmulos a un lado de la calle o en los camellones. No era nada raro ver pirámides blanquecinas en cada esquina, recordatorios de que la colina estaría ahí esperando por el sol. Así que en mis primeros pasos no sabía ni por donde caminar. Opté por el pavimento pero en pocos minutos me convencí que no era nada seguro pues los automovilistas polacos carecen por completo de educación vial y de una cultuta del volante; además de que en el pavimento había hielo y en no pocas ocasiones sentí mi alma salirse por mi garganta al resbalar peligrosamente, aunque no, nunca me caí y es verdad. Sigo sin caerme.

Ratusz

En pocos minutos llegué a lo que supuse era el centro de la ciudad. McDonalds y KFC me dieron la pista, maldito capitalismo… aunque en casos de emergencia pues si ayudan. Una avenida grande sólo para peatones se abría ancha y con tiendas, y supuse que de día ese sería el paseo favorito de los visitantes. Algunas esculturas pequeñas y la casa de Ópera en su sobria elegancia terminaron por confirmarme que efectivamente, me encontraba en la zona para turistas. Y aquí encontré al primer bastardo.

Duende maldito

Al principio ni siquiera había reparado en que «eso» podía ser algo. Mi vista pasó por su ubicación en busca de lugares seguros para caminar, pero algo remotamente antropoide me hizo voltear a verlo con más detenimiento. Y sí, efectivamente, en el suelo y apenas con medio cuerpo fuera de la nieve estaba un duende de bronce. El maldito bastardo estaba sobre una plataforma de unos 10 centímetros y él mismo no mediría más de 20. Tenía una bufanda o una bola, no supe ni sé hasta le fecha exactamente que rayos tiene en sus manos, pero ahí estaba, como burlándose me mí y de mi frío y de mis pies mojados. «Detalle simpático», pensé, y continué mi camino sin mayores preocupaciones. Poco después, mis ojos vieron un cuento de verdad.

Reloj Astronómico de Ratusz

Ratuzs, el edificio insignia de Wroclaw estaba frente a mí, alumbrado por faroles cubiertos de nieve sucia que daban esa luz amarillenta mortecina que tanto me gusta. Nunca había visto una construcción de este tipo en mi vida, debido a eso el impacto fue aún mayor. Sentí lo mismo que cuando ví al Louvre en su fachada o cuando estuve frente al Coliseo o dentro de Pere-Lachaise. Pero el añadido es que nunca había visto una foto de ese estilo, tan sólo en ilustraciones de cuentos había visto algo semejante. Por eso me quedé pasmado pues no imaginé nunca encontrar en Wroclaw algo así; Ratusz hasta tenía una picota incluída en el centro de la plaza. Lamentablemente el frío no me dejó tomar más fotos esa noche, pero claro, volvería al otro día. Seguí adelante después  de tan buena impresión y debo confesar ahora otro punto importante de mi viaje: Polonia me hace confesar.

5 zlotzych

Primera confesión: Esa noche compré mi cena en McDonalds. Segunda confesión: Lo hice por el precio barato, y Tercera confesión: Con euros eres rico en Polonia. La moneda polaca, el zlote -zlotych en plural- vale poco, aunque más que un peso mexicano. Un euro son 3.80 PLN, y en casos llega hasta 4. Así que con 3 euros pude comprar un menú completo de McDonalds incluyendo pastelito de manzana y un café. Y ya lo verán cuando regrese algún día de estos, en Polonia fue en donde adquirí el mayor número de regalos. Ese hecho me reconfortaba un poco pues en Oslo y en Londres se había ida más de la mitad del presupuesto en las cosas más sencillas y básicas. Ahora podía por fin darme un pequeño paréntesis en mi situación financiera y disfrutar sin tantas preocupaciones. Después de mis confesiones -sigue la cuarta, la más difícil pero más adelante- continúo:

Casa de la Ópera

Pasé por el Museo nacional, una construcción más parecida a una mansión del terror que a un museo. Sencillamente Wroclaw me estaba enseñando que mi primera impresión era válida, pero que tenía mucho más que ofrecer. Llegué a los canales del río Óder (en cada ciudad siempre hay un río) y atravesé por uno de los puentes sin dejar de maravillarme ante el río, pues más la mitad estaba totalmente congelado, otro cuarto lleno de nieve y otro cuarto apenas visible. A lo «lejos» se veían otros puentes iluminados de manera agradable, pero no tenía tiempo de recorrer todos ellos pues lo primero era localizar mi nueva base, mi nuevo centro de operaciones; la maleta ya pesaba demasiado como para darse un tour en medio del frío, que parecía que aumentaba. Seguí durante otra media hora ocasionalmente deteniéndome para pellizcar mi postre de manzana y orinar.

Puente luminoso y Catedral de fondo

No sé si ya el alcohol me haya destrozado mi próstata o si el frío lo provocaba, pero el caso es que desde que empecé a viajar mis ganas de orinar aumentaron en una proporción alarmante, conducta fisiológica propia de niño de 6 años. Las calles que ahora se abrían frente a mí eran oscuras y con poca vida. Edificios grandes pero sombríos, callejuelas con olor a desperdicio, autos veloces patinándose en el hielo… pero me encantaba. No supe por qué, había algo de mágico en todo eso, el contraste entre ambos sectores de la ciudad era tan marcado pero a la vez tan lleno de atracción… la nieve en las banquetas me hacía pensar en esas fotografías de principios dle siglo XX, cuando la gente caminaba por aterias sin división visible entre el carril de los peatones y el de los carruajes o de los caballos. En cualquier momento esperaba que apareciera frente a mí precisamente eso, un carruaje tirado por animales muertos de frío con un conductor taciturno envuelto en su capote negro y ocultando su rostro bajo el ala de su sombrero. Pero no, lo único que aparecía era más nieve y más calles, hasta que de nuevo encontré el río Óder.

Este río tiene como particular característica su forma de serpiente formando letras «S». Debido a eso lo crucé en dos ocasiones, y creo que es posible caminar en línea recta como lo hice yo y volver a cruzarlo una tercera vez. Pero en este cruce la carretera ya tomaba fisonomía de autopista, y llegué incluso a pensar que el tipo del aeropuerto tenía algo de razón pues quizá había que seguir por terrenos difíciles (a mi memoria viene el camino entre el aeropuerto de Beauvais y la estación de trenes) hasta llegar de nuevo a lugares poblados. Pero no, justamente mi hospedaje se encontraba al final del puente y de manera afortunada quedaba frente a una gasolinera abierta las 24 horas, por lo que sin dudarlo me metí por otro café, al baño y listo.

Casa azul

Wroclaw fue uno de los dos lugares en donde hice previamente una reservación por internet para el hospedaje. Y falté a mis principios de trotamundos, pero lo hice por cuestiones que me exigían y demandaban ese tipo de previsiones so pena de quedarme sin conocer más que una o dos ciudades y quizá caer de frío. Pero la astucia no está ni estará peleada con la aventura, y preciamente astucia fue lo que me llevó a elegir en Wroclaw una oferta que en mis sueños había imaginado. Al momento de mi reserva, Europa atravesaba por una dura situación invernal que había hecho que muchos aeropuertos cancelaran vuelos. Por eso mismo la afluencia de turistas había descendido a niveles alarmantes, más allá del el clima era la situación de precaución lo que había llevado a la gente a no arriegarse a viajar en Invierno. Por eso y para recuperar algo de las pérdidas las aerolíneas ofrecían vuelos a precios de descuento, los hoteles lo mismo. Y siendo Polonia un país barato mi vuelo hacia allá fue relativamente de bajo costo. En cuanto al hospedaje… busqué lo más económico, como siempre. Después del surrealismo y la peste del Smart Camden Inn nada podía ser peor, así que no esperaba grandes problemas en ese aspecto. Por eso, cuando ví la oferta que Venere.com (la misma página que me dió la otra gran oferta de Venezia el año pasado) tenía no lo podía creer: 75€ por cinco noches en un hotel de 3 estrellas con piscina, sala de conferencias, calefacción, baño en el cuarto y con posibilidad de fumar en el mismo. Si tomamos en cuenta que por el Smart pagué exactamente lo mismo por un cuarto compartido para 6 personas, con las pestes incluídas, baño para pigmeos afuera del cuarto, una estricta prohibición para fumar y aguantar ruidos, tipos ebrios, chinos roncando y demás personajes salidos de la mente de Lovecraft… ni hablar. Era más que una ganga, y leí más de 20 veces las estipulaciones pues no quería sorpresitas desagradables, pero al final me convencí que la oferta era real. Cuando llegué al hotel, el Quality (dulces recuerdos de Quality Mechanical en California) no podía creer mi buena estrella, esa que acompaña siempre a los viajeros sinceros. El lugar era de lujo. 5 pisos de habitaciones, un lobby lleno de viejos adinerados y de parejitas fresas con suave música pues… de lobby. Un bar con trillones de botellas ordenadas impecablemente le daba su toque de «clase», su comedor bastante amplio y propio de un restaurante de primera, y la tipa en la recepción muy guapa pero con algunos problemas serios de entendimiento. Ella fue la que me hizo el único chistecito, no encontraba mi reservación y empezaba a ponerme de malas cuando arregló todo y encontró mi nombre.

La vista desde mi habitación

El hotel contaba con la tecnología que cabe esperar de un lugar de esa categoría, «Quality»  es una marca perteneciente a un consorcio hotelero que además de Quality poseé otras tres cadenas: Comfort, Sleep Inn y Clarion. Así que la puerta del cuarto se abre con una keycard, la misma tarjeta sirve para activar la energía eléctrica en la habitación y para el desayuno (no incluído y con un coste de 7€) nunca se pagaba en efectivo, se desliza la tarjeta y de manera automática se hace el cargo a la habitación (7€  por un desayuno si era algo exagerado, jamás desayuné ahí). Lo mismo para usar las instalaciones como el gimnasio o la piscina, la tarjeta abría las puertas de ambas. Por lo demás, el hotel sólo evidenciaba su falta de gusto, pues los adornos en las pasillos y en general la decoración eran simples y sin mayor interés. Mi cuarto a pesar de tener una tele-computadora (2 en 1) era pequeño, y los muebles eran todos de la línea de descuento de IKEA (la fábrica de muebles modernos europea por excelencia), lo cual hacía que todo el conjunto luciera pálido y a pesar de los intentos por tener un estilo moderno y minimalista francamente el resultado era un poco magro. Lo bueno es que tenía tetera Dynora incluída en el cuarto, y sólo me bastaba apretarle un botoncito y ordenarle: «Dynora, el té» para que de inmediato tuviera a mi disposición una taza humeante de té de Ceilán. El baño no podía ser peor que en el Smart Camden, y aunque era pequeño cubría las necesidades de manera puntual. Pero lo que más me impresionó y no fue precisamente del hotel fue que en la televisión, al otro día de mi llegada -y en lo que disfrutaba de la vista desde mi cuarto y de poder fumar en interiores- un par de imágenes extrañamente familiares llamaron mi atención, y palabras en mi idioma natal salían débiles del aparato, opacadas por una voz gruesa y sin tono, como de robot.

La embajadora de la cultura mexicana… pobre perdedora.

Miré atentamente y vi a Ninel Conde, una de las más brillantes mentes que México le ha dado al mundo, una belleza 100% natural que ha labrado su camino de éxitos internacionales a base de esfuerzo, trabajo y dedicación, un ícono de la cultura popular en el país adorado, una intelectual capaz de resolver los más complicados secretos de la física cuántica y la genética molecular… en fin, una de las personalidades mexicanas del sexenio, ¡Que va! Del milenio probablemente. La pobre diabla estaba en televisión polaca en una de sus apariciones en los bodrios televisivos en los que acostumbra aparecer, y estaba dando una actuación que le hubiera valido una condena a muerte por empalamiento. Con más risa que gusto por escuchar algo de español grabé unas escenas de la porquería esa, y reafirmé lo que se dice en los programas vomitivos de chismes en TV Azteca y Televisa: que las novelas mexicanas son mega famosas… pues no creo que el hecho de que semejante pedazo de basura sea un hit en Polonia, pero bueno…

Las casas de verdad.

Polonia empieza a definir al Este y comienza con el paisaje de la Europa que casi nadie quiere ver, esa Europa donde no hay monumentos impresionantes ni turistas pulgosos; el Este de Europa comienza a ser oscuro en partes y pujando por ver mejores tiempos. Con todo lo anterior no quiero que se malinterpreten mis palabras, Wroclaw parecía sacado de un cuento de Grimm pero no se pueden tampoco negar los hechos: Polonia aún no pertenece al Tratado Schengen y por lo tanto a pesar de ser miembro de la Unión Europea no usa el Euro como moneda. Tampoco Inglaterra ni Noruega, pero esos países han tenido menos problemas en su constitución como repúblicas en comparación con Polonia. Y justamente de Polonia hacia el Este los países muestran un descenso en ciertos aspectos aunque la cultura y el arte no conocen de eso, Wroclaw por ejemplo alberga conciertos de música clásica casi todos los días, y el Teatro Lalek es reconocido como uno de los mejores en todo el país, la casa de Ópera no tiene nada que envidiarle a la de París en cuanto a calidad escénica, y un importante número de bandas de metal dan tocadas regularmente.

Capitalismo, nunca mejor expresado

El descenso del que hablo se nota en la gente, en su falta de sentido común, en la tosquedad de sus modales y la brusquedad de su comportamiento, en las carreteras dañadas y en las periferias olvidadas. Wroclaw después supe, había sido territorio comunista durante muchos años, y las huellas se notaban aún pues muchos edificios de apartamentos tenían como característica la mimetización entre ellos mismos. La mano de hierro aún se dejaba sentir por algunos lugares alejados del centro, esos lugares que me fascinan, esos lugares que nadie más visita en sus viajes de turistas con tour y guías. Y si el comunismo estaba presente, las huellas de la guerra también, aunque en menor medida. Hitler mandó construir un estadio muy cerca de Wroclaw para los juegos Olímpicos, y al empezar la guerra fue defendida como bastión estratégico para los alemanes. Al termino de la guerra y estando casi en ruinas  fueron expulsados de la ciudad los alemanes, no sólo los militares sino todos los alemanes en general fueron expulsados (usan la palabra «deportados») y se determinó que la antigua Breslavia (su nombre alemán) fuera para Polonia. El comunismo polaco de aquél entonces se encargó de tartar de eliminar cualquier vestigio alemán de la ciudad y por lo que supe hasta trataron de re-escribir la historia asegurando que Breslavia, Breslau o Wroclaw había sido siempre de Polonia, un interesante ejemplo del Negacionismo que bajo otras circunstancias es tremendamente criticado… Y bueno, siempre he sido objetivo en mis comentarios y esta vez no será la excpeción; el pueblo polaco guarda aún un resentimiento palpable y quizá parte de su comportamiento sea debido a esa búsqueda de identidad que tras los alemanes y los rusos ha sido fragmentada una y otra vez. Pero tengo fe en el pueblo polaco, pues aparte de que los cuerpos femeninos más deseables -ahora entiendo a  todas esas películas de clase B que muestran europeas con cuerpos de diosas- los ví en ese país, la gente joven está pujando por alcanzar una nueva y renovada imagen.

Calles de Wroclaw

El inglés sólo lo hablan los jóvenes, lo cual era a veces un poco decepcionante pues para pedirme unos cigarrillos o comprar entradas al teatro las cosas llegaban a tal extremo de ridiculez auspiciados por una mímica grotesca y una pantomima exagerada. Ni que decir de las compras de comida, pues a menos de que jóvenes estuvieran atendiendo no había forma de hacerse entender más que por señas. Aparte de todo lo anterior, ese primer día en Wroclaw me ofreció una vista magnífica de Ratusz y del río Óder y pude con alivio comprobar que no sufriría por falta de callejones y callejuelas, y que la ciudad tenía mucho pero mucho que dar, comenzando por esos bastardos duendes que de pronto me enteré eran toda una tradición en la ciudad. Los desgraciados habían surgido como un movimiento de protesta pacífica contra el régimen comunista, la «Alternativa Naranja». No es mi intención dar lecciones de historia, así que ustedes investiguen, basta decir que prmero surgió uno, luego dos, luego cinco y luego diez… según algunas fuentes se dice que ya son más de 150 duendes repartidos en todo el casco viejo de la ciudad y cerca de la Universidad, en una de las islas del Óder.

Otro duendecillo solitario

Hablando un poco de eso, Wroclaw poseé muchas islas pequeñas dentro del río, unidas entre sí por puentes. A algún maniático se le ocurrió ponerle de apodo a Wroclaw «La Venezia de Polonia», y nada más falso. A  pesar de la belleza de los canales y ls puentes no hay para nada punto de comparación. Y así, entre duendes y comunismo fui descubriendo poco a poco las maravillas de Wroclaw, una ciudad que sin duda era una sorpresa en el viaje y que no me defraudaría… por el momento.

Señal hacia la capital

Ratusz de día. Edificio bello

Original composición de esculturas en la calle

Casas de cuento, la Wroclaw que quiere salir y demostrarle al mundo una nueva faceta


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Categorías : Eurotrip

Edvard Munch, fósiles y la despedida.

10 01 2011

a-ha en la biblioteca, Take me on!!!

Después de aquellos momentos inolvidables entre Oslo y yo comenzaba el frío a despedirme con dulzura. Y no podía irme de esa hermosa ciudad sin darle una visita a otro de mis pintores favoritos, para ser honesto mi otro pintor favorito (de la vieja guardia, claro) y hasta ahí llega la lista. Edvard Munch es el poseedor de mi ferviente admiración desde hace años, casi desde el tiempo en que caí enamorado de Amedeo Modigliani. Así que decidí pasar mis últimos días en Oslo con Munch, admirar secretamente a Lady Rowena y planear la siguiente ruta, pues la condición económica me apremiaba a buscar un camino que pudiera darme más ciudades en mi tiempo planeado ajustándome a la situación financiera.

Appelsin Juice, mi jugo de naranja del diario.

Las disertaciones sobre el concepto de arte y estética son tan complejas y mi tiempo es tan limitado que no puedo            -por más que lo deseé- detenerme a repasar sobre las cuestiones redundantes y propensas a debate sobre el valor estético de tal o cual obra o autor. La subjetividad inherente al arte es un tema delicado y que levanta pasiones entre los entendidos y levanta cejas arqueadas entre los neófitos; es una discusión inútil en los términos del coraje y constructiva bajo la lupa del aprendizaje. En todo caso, una obra es una obra muerta pues su vida dura durante su creación y su estancia en el estudio del artista, una vez lejos de éste la obra muere por completo y a pesar de que al espectador mentiroso y supuestamente entendido le provoque tal o cual emoción lo cierto es que carece de vida y los ojos profanos son «partícipes» ilusos de un proceso y una pasión que nunca comprenderán.

Aclarado el punto anterior llega el momento de narrar la experiencia. El camino hacia el museo no fue tan duro con excepción del frío, lo usual. La distancia era también cotidiana, unos 45 minutos a pie; quizá un poco más pues el museo está frente al campus de Ciencias de la Universidad y el entramado arquitectónico académico me hizo un poco confuso el llegar. Había leído en un folleto que la entrada era gratis, y esa fue una razón más para no perderme a Munch por nada del mundo.

Hacia el museo del maestro.

Después de enterarme que en el museo del campus, el Museo de Historia Natural tenía el fósil de «Ida», el fósil más antiguo de primates y que puede explicar el origen de los mismo -por consecuencia el origen del hombre en su más primitiva concepción-, decidí  darle un vistazo al mismo después de saludar al maestro; así que sin más me enfilé hacia el Munch Museet, como se dice en noruego.

El edificio que alberga al museo es más bien pequeño, tiene toda la estructura de galería e incluso poca gente estaba ese día. Lo anterior lo comprendo pues un museo dedicado a un sólo pintor o literato o vaya, a un individuo es por lo general «pequeño». El aire intimista del museo me agradó sobremanera pues parecía que sólo conocedores y admiradores del maestro estaban presentes, aunque claro, no faltaban los faroles, como en todos lados. La seguridad del museo es impactante y no es para menos pues de este mismo museo y a mano armada robaron en el 2004 la obra más comercial de Munch; fue recuperada apenas en el 2006. Debido a eso la seguridad del museo no deja de ser propiamente de película, hay cámaras, sensores infrarojos, un moderno dispositivo de rayos X para escanear al visitante y sus ropas, tal como en los aeropuertos. Pero mi estampa no corresponde a la de un ladrón de arte, al menos no en Oslo, así que el guardia fue bastante amable conmigo y todo el proceso de revisión se llevó a cabo con calma y respeto. Una vez dentro encontré primeramente una galería pequeña dedicada a estudiantes de arte de la fundación Munch, un buen gesto pues promueve el arte de jóvenes creadores al tener una exposición en semejante lugar y bajo la mirada inquisitora del maestro. Pero mi tiempo no estaba para ellos, así que con pesar pero con ansiedad me dirigí a las salas principales.

Angst

Munch desgraciadamete ha caído en la cultura popular debido a «El Grito», su obra famosa y sobreexpuesta en los medios y en el imaginario popular. Incluso esa obra ya es estandarte de pseudo intelectuales, de emos y darketitos morenos sin una idea real de lo que dicha obra representa y significa. Pero casi nadie sabe de la demás obra de Munch, yo por ejemplo no sabía de una pintura que hizo de Nietzsche y justo dentro del museo me enteré. Pero siguiendo con su obra nunca se menciona su excelsa litografía, su trabajo como retratista, sus dibujos a lápiz y las diversas corrientes de su obra antes de decidirse definitivamente por el expresionismo. Y el museo le ofrece al visitante casual justamente eso, una visión de las obras y técnicas de Munch más allá de la citada obra. Para nada defraudó la visita…

Sala tras sala leía y releía las explicaciones de las etapas de Munch. Sus primeras pinturas muestran un trazo fino, colores suaves pero temas constantes y recurrentes que siempre fueron el eje de su obra: La angustia, el dolor y una extraña percepción de soledad. Ahí encontré también otra versión de «Sick Child», la anterior la había visto en el TATE Modern de Londres. Algunos faroles andaban por ahí, arrastrándose intentando beber del maestro; aunque la incomprensible estupidez de la que hacían gala no los dejaba ver más allá de sus narices, y atravesaban las salas de manera rápida en busca de su estampa insignia…

Jealousy 2

Yo me tomaba mi tiempo, cada  pintura era una delicia, cada paso era un paso más en mi intento de conocer al maestro, de adentrarme en sus misterios y en su locura, cada instante era eternidad en el respiro. Las salas se me hacían enormes y tardadas pues en cada cuadro invertía de menos 15 minutos. Llegué a las litografías, a las piedras que Munch usaba para sus grabados, a sus dibujos a lápiz de desnudos, a sus fotos familiares, a sus pinturas tempranas con tendencias impresionistas y a los fragmentos de su pensamiento representados como frases escritas en los muros del museo. Puntos fuertes fueron todos, ningun cuadro, ningun grabado fueron débiles o no dignos de observación profunda. Mi deleite llegaba al éxtasis cuando terminé mi recorrido. El tiempo me daba para otro, ya mencioné que el museo en sí es algo pequeño; eso me dejó volver sobre mis pasos para un segundo recorrido que amenizé con una plática con uno de los curadores.

Kiss of Death

Nuestra charla versó sobre los robos, los daños que sufrieron las pinturas durante su estancia en algún escondrijo (además de «El Grito» también la «Madonna» fue sustraída), el daño irreparable debido a la humedad y las diferentes versiones de varias de las obras de Munch, realizadas por él mismo siempre en búsqueda de un nuevo detalle o una nueva perspectiva que terminara de cuajar su idea. A medio recorrido me senté en una de las bancas que no pueden faltar en cualquier museo, y mientras ataba los cordones de mis Converse llegó a la sala un infame grupo de turistas multiregionales, desde ingleses hasta orientales pasando por americanos confundidos y por españoles escándalosos. En ese instante me dí cuenta que no podría continuar mi recorrido en paz, pues era tal el barullo -en realidad no era un escándalo, pero de acuerdo a los estándares de un museo simplemente resultaba intolerable- que para no meterme en líos por mi carácter y no decir algunas frases lindas de desprecio a semejantes gusanos mejor opté por salir.

Nietzsche

Eso, y la desmedida exposición (masificación indiscriminada y no selectiva) de algunas de las obras de Munch en la «Munch Store» fueron los únicos aspectos denostables de mi visita, pero al menos ya había cumplido con Oslo, y todo lo demás que viniera ya era extra y los disfrutaría sin preocupaciones. Y antes de avanzar a lo siguiente, para todos aquellos que pueden preguntar si vi a «El Grito» en vivo… jódanse, ya saben la respuesta.

300 metros después estaba dentro del Museo de Historia Natural, dentro del campus de Ciencias de la Universidad de Oslo. Dentro del campus no sólo está ese museo, sino que además se encuentra el jardín botánico, el museo de Geología, Arqueología y un par más que no alcanzo a recordar. El hecho de que el Museo Nacional de Historia Natural sea propiedad de la Universidad lo vuelve absolutamente accesible a la ciudadanía en general, incluso pagué sin reservas mis 10 kr. con mi credencial de estudiante. Hago un brevísimo paréntesis: Una buena amiga me dijo que con una credencial de estudiante de artes los accesos a los museos (de arte obviamente) salían en descuento o gratis. Bien, debo desmentir tal «aberración» y confusión, pues al menos en mi experiencia en ningún museo de arte que haya visitado existe una entrada libre para estudiantes de arte, lo que existe es un descuento y es para estudiantes en general, además de que los únicos que entran gratis cuentan con el detalle de ser ciudadanos Europeos… en Europa saben que casi cualquier persona que se preocupe por estudiar -la disciplina que sea- es alguien que al menos tiene noción de lo que le espera detrás de las puertas. Quizás en otros museos, en otros países… pero en mis dos viajes nunca he encontrado algo así, y me hubiera gustado sólo para debatir sobre mi propia credencial, pues no soy estudiante de arte pero sin embargo estudio Comunicación, lo cual es un arte y va más allá de las categorías infames e inútiles que existen hoy en día para encasillar a una «obra».

Taxidermia de Tigre joven

Continuando: Así deberían de ser la mayoría de museos en lugares como en México. La UNAM parece seguir ese patrón, pero algunas universidades autónomas (no vale contar a la UAEH, el imbécil de Sosa Castelán sigue defecando en la garza) no tienen esa misma iniciativa y las colecciones se manejan con recursos públicos: bien insuficientes, o por particulares; volviendo elevado el coste de entrada. Pero en fin, la mentalidad y la actitud son las que distinguen a los hombres de los niños. Dentro del museo, el ambiente universitario se respira, pues no es un museo con los tamaños del Natural History Museum de Londres, o con el enfoque infantil como el de Bérgamo. Es un museo orientado a la gente de todos los días pero sin dejar de lado el aspecto serio y científico de las cosas. No llega a masificar el conocimiento pues no es esa su ambición, es más bien un lugar donde la gente de Oslo puede descubrir lo que muchas veces sólo ve por la  televisión, o sea el mundo del hemisferio sur y las tierras del eterno sol y del inmenso calor. Las rutas son ágiles, las taxidermias son impecables, los fósiles son asombrosos y la interacción apunta más hacia un par de veinteañeros que a mocosos ruidosos de 10 años que se asombran de ver a un tigre.

Ida

El fósil de Ida se conserva casi perfecto, hay un par de reproducciones que se exhiben para no exponer el original, y éste es simplemente asombroso. El valor científico de Ida responde a que es fósil más antiguo de primate, e incluso no se escatima en prudencia y se le considera por muchos el eslabón perdido, aunque como siempre, la polémica también aparece aquí pues algunos científicos europeos (extrañamente españoles, sobre todo… comienzo a hartarme) lo desestiman y lo llaman «sobrevalorado». De cualquier forma, sea o no el eslabón perdido es una pieza que todo amante de las ciencias y el arte debe ver, y la oportunidad no la desaprovecharía. Recientemente -5 años- se ha dado en mí un nuevo interés por la ciencia natural al par de mi amor por el arte y la comunicación. Cuando era pequeño e iba en mi primer año de secundaria -o último de primaria- solía sintonizar una estación de radio totalmente dedicada a los deportes, Radio Sportiva 690 (no recuerdo si era la frecuencia exacta, disculpen si fallo). Pero lo hacía -más que por el deporte- porque en la noche pasaba un programa que sencillamente me hacía volar las ideas, me hacía sentir como un punto insignificante en el cosmos, me abría la imaginación y me tenía en mi entonces cuarto de mi eterna casa con el oído pegado a la  bocina hasta que terminaba.

Ida y su mandíbula

El programa en cuestión se llamaba «Conciencia», y el locutor era Enrique Ganem o Gala, uno de esos dos… fue hace relativamente poco tiempo pero las experiencias posteriores me hacen sentir que fue hace siglos… dicho programa trataba de ciencia, ahí aprendí lo que era un agujero negro, la existencia de los quasáres, las ideas de Hawking, los libros de Sagan, teorías genéticas, en fin… ese significó mi primer acercamiento a la ciencia, pero después me alejé tanto que cuando quise recuperar el tiempo  perdido era yo un total inepto en el tema. Ahora mismo me siento con más debilidades que fortalezas, pero mi deseo de aprender y aprehender sigue latente, por eso no pierdo oportunidad alguna de leer textos nuevos y estar al tanto de lo que acontece (lo de la anti-materia es sencillamente una cosa genial) en cuanto al ámbito. Por eso en este viaje aproveché los lugares que albergan a la ciencia, aunque debo confesar que nunca las disciplinas naturales ocuparán un lugar en mi alma tan grande como lo social y tan amplio como el arte en sí… pero es bueno saber, así puedo impresionar en la próxima fiesta, ¿no?

Taxidermia de otro lindo gatito

Después de Ida continué recorriendo el museo, bastante relajado. Al otro día daría mi último paseo por Oslo, y después al siguiente destino. Me sentía en paz, la sensación más recurrente que Oslo me dio durante mi estancia. Extrañamente me sentía en paz, yo que siempre busco el conflicto, yo que soy un guerrero y que quiero pelear, yo que ataco sin piedad, yo estaba en paz en Oslo. El resto del museo sólo me dio taxidermias ejemplares y algunas risas pues en sus representaciones de hábitats americanos no podía faltar un toque de humor, como por ejemplo el poner a una zorra buscando en la basura -basura de cigarros, sabritas y Coca-Cola-, un desierto mexicano con un sombrero tirado, algunas referencias al alcohol y el hombre, y una medusa colgada del techo con rostro de caricatura. Pero lo mejor fue su área del «Científico Loco», una sala dedicada meramente a la burla. Dentro de ésta se encontraban animales fantásticos creados por el Científico Loco del Museo, era esa sala su laboratorio. Una serpiente del grosor de una llanta de trailer y con patas, una rata gigantesca con cuernos, una jirafa maldita con cuerpo de rinoceronte, cosas así. Hubiera disfrutado más de esta sala pero llegó el momento de cerrar el museo, ya tan rápido eran las 5 pm, así que salí a la nieve de nuevo y con lentitud emprendí el camino al centro dispuesto a escribir algo en una banquilla del parque. Cosa usual, no pude escribir más de tres párrafos pues a pesar de mi voluntad de acero mis dedos de artista se congelaban y no me dejaban mover bien la pluma. La humedad en el ambiente se reflejaba en las hojas de mi cuaderno, pues sin estar mojadas se sentían pastosas y pegadas. Así que con un poco de frustración decidí dar mis últimas vueltas por el centro de noche, y caminar hasta la madrugada, cosa que conseguí pero con muchos esfuerzos.

Camino junto al campus de Ciencias

Mi caminata me llevó al norte de la ciudad, más arriba del Munch Museet, en los barrios que ya empezaban a verse «bajos» pero que no terminaban de verse decadentes. La ciudad no está exenta de migrantes orientales y del Medio Oriente, y para mi agrado no encontré a ningún mexicano que rompiera el aire con su acento y su vocabulario florido, como me había pasado en París, en Venecia, en Londres, en Bérgamo, Charleroi, Porto, Beauvais, Frankfurt y Roma. Pero la ciudad a pesar de todo no tiene una zona fea, al menos no la vi. Lo que pude ver es que Oslo no es cosmopolita ni es ultra moderna, pero tampoco es una villa. Oslo no quiere caer en los excesos, Oslo se nutre de su gente y de su voluntad para ofrecer limpieza y eficacia. En Oslo el pobre trabaja, el vago trabaja o estudia, y eso de que hay «una necesidad de pobres en el paisaje» es una visión absurda, estúpida y conformista de quienes se sienten románticos.

Palacio Real

La pobreza en ningún caso es «tradicional» o parte del paisaje, se mimetiza cuando la indiferencia y la mediocridad vuelven al espectador tan pobre como el espectáculo. En Oslo se combate a la miseria, en un país de reyes se vive mejor que en una democracia, en un país que cabe tres veces en el mío se aprovechan los recursos, se combate de frente a la corrupción y se tiene una de las calidades de vida más altas en el planeta entero. Oslo me dio paz, pero me sembró coraje de voltear al Google Noticias cada noche y enterarme que en mi país las cosas van cada vez peor. La picada se precipitará, y México será el país que más dramáticamente se hunda hasta que alguien lo rescate. Digo «alguien» por qué la gente no se agrupa ni para su propio bien. Es necesario que un líder surja de entre el pueblo, un líder que sienta el coraje en sus venas, que sienta el fuego en su corazón y que sin esperar a que un congreso de payasos con sobrepeso y cínicos le autorice esto o aquello. México necesita alguien que lo tome por la cara, que agarre al país y lo sacuda y que finalmente devuelva esa tierra a su antiguo esplendor. Mientras eso sucede… veremos.

Christian Krogh, dio clases a Munch y es famoso por sus pinturas de prostitutas. Era de los míos sin duda.

Caminé y caminé hasta que el frío me venció de nuevo. Me perdí, cosa rara pues no me había vuelto a perder desde mi viaje anterior, concretamente en Porto. A pesar del mapa me perdí y me sentí bien en mi perdición, sólo que  deseaba que el frío no fuera tan inclemente. En una de esas, encontré un hueco extraño en la calle, un hueco «urbano»; de esos huecos que se forman en una construcción en determinado ángulo y su respectivo ángulo contrario. Y ahí me metí, apenas cabía parado pero me cubría del frío. Revisé el mapa y tras calentarme un poco salí de nuevo y encontré el camino de regreso. Apenas eran las 11 pm, pero ya me sentía desfallecer, entré a un 7-Eleven por un café y unas galletas y regresé a la Kristenlund. Un día antes había comprado unas palomitas de microondas en el super de Oslo, ICA. Dicho super ofrece caviar en tubo, como si fuera pasta de dientes. En México el fresa se siente fresa por tragar caviar, aquí se vende como si fueran frijoles. Había comprado también carne de hamburguesas precocidas y papas, todo de la marca genérica de ICA, así que tenía ración para esa noche y el otro día. Desafortunadamente mis hamburguesas se conformaron con un bollo dulce pues como no entiendo nada de noruego escrito (solamente «Gratis») agarré unos bollos que resultaron tener sabor a canela. Fuera de eso la cena estuvo bien, armé la maleta y dormí, esperando el día con ansias.

Campus central de la Universidad

Los recuerdos de Oslo tendrán que ser dosificados a lo largo de mi aventura en Europa y creo que a lo largo de mi vida. No pude menos que sentirme un poco desilusionado cuando al querer despedirme de Lady Rowena encontré a otra chica en su lugar, pero me sobrepuse a mi decepción amorosa y salí de la Kristenlund Residence con el ánimo listo. Unas cuantas horas de dar vueltas y recoger fotos en el centro, unas cuantas postales y dos -sí, solo dos- recuerditos comprados después y ya estaba listo para la partida. Quise despedirme de Oslo en el bosque, pero el tiempo no me hubiera dejado, ásí que opté por despedirme desde lo alto de Akershus o en el Aker Brygge. Finalmente me despedí de Oslo en Aker, haciéndole honor a mi querido amigo Abraham, mi Aker Lupus. No me despedí como me despido usualmente de otras ciudades, pues estoy seguro de que regresaré a Oslo o a cualquier otra ciudad de Noruega, pero regresaré al país nórdico por excelencia, a la tierra del maestro Munch y del genio Ibsen, regresaré algún día a conservar mi cadáver en el hielo y a ver si por fin, por fin puedo aguantar el clima como hombre. Hasta entonces, dejo a Oslo como la ciudad que me regresó la paz, y dejo en Oslo otro pedazo de mi esencia, un pedazo de alma y tres cubos de hielo que fueron lágrimas de felicidad.

Info para los que toman demasiado.

Más tarde, volé de nuevo. Con suerte sería el último avión, y con suerte empezaría mi travesía por las carreteras y los rieles… Wroclaw en Polonia era el sigueinte destino, y estaba seguro de que aquí toda mi experiencia de mochilero adquirida sería puesta a prueba, y no me equivoqué. Oslo me había dado paz, Polonia me daría guerra.

Weeping Nude

Basura cuestionable, o dudas con respecto a la basura, no lo sé...

Mi amigo(?) el león

Freia, aún no tengo idea de qué es o qué anuncia.

Frase del maestro

Universitetet

Iglesia Domikirke

Superhombre

Aves volando con rumbo a Polonia...


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Categorías : Eurotrip

Gélida hermosura

8 01 2011

 

El primer muelle.

La arquitectura, el ambiente, la planeación y la limpieza son algunos de los aspectos que definen a una ciudad y promueven su entrada en el catálogo turístico de simplones comerciantes de cultura, faltos de sustento y que denigran el alma de la ciudad en sí. Ese tipo de cuestiones son las que regularmente un visitante busca encontrar en una ciudad, son los puntos primarios para decidir si la ciudad “gusta” o no. Además de eso, existe toda una variedad en lo que respecta a criterios para que el recién llegado aprecie las nuevas calles. Entre lo más común se puede contar con “diversión” (antros y cosas parecidas, situaciones y lugares propios de los turistas de ocasión), comodidad, ubicación, costo, comida y mil trivialidades más. Pero la ya gastada suela de mis Converse no se fija en esas nimiedades, y mis ojos no buscan más que contemplar lo bello. Y vaya que lo encontré en Oslo, al grado de lo sublime.

Oslo me ha dado hasta el momento el escenario natural de mi vida, así de sencillo. Nunca antes un paisaje sin la mano corrupta del hombre me había producido la sensación –única e indisoluble- de algo más allá de lo bello. Se dice que una contemplación de tal magnitud produce “miles de sensaciones bellas”, para mí sólo me produjo algo, y ese algo no puedo ni acierto a describirlo con palabras. Pero iré por partes, sirvan los párrafos anteriores como introducción y adelanto tentador de lo que este post tiene que ofrecer…

Si en México el 25 de diciembre es un día muerto y en París es un día muerto a medias es justo decir entonces que en Oslo el 25 de diciembre es un cadáver congelado. El alba despunta entre 8 y 8.30 am, pero dadas las condiciones del clima la luz naciente es gris, mortecina. Ese día tuve un desayuno simple pero bueno en la Kristenlund Residence, y me adentré a reconocer por primera vez mi nuevo hospedaje. Un comedor bastante agradable es el centro de la residencia, y el nombre le queda a modo pues toda la estructura del lugar indica que antes fue eso, una residencia –casi mansión-. Los pisos de madera crujiendo al pisar y los escalones pesados le daban ese aire señorial que aún poseía, y me terminé de convencer de su antigua naturaleza cuando descubrí que tenían un sótano, el cual estaba acondicionado para albergar más cuartos. Con respecto al mío, era una dulzura después de la tortura del Smart Camden: Una cama baja, sencilla, con sábanas y edredón blanco (¡finalmente algo limpio!), alfombra cuidada, una televisión, un clóset amplio, calefacción de la normal (aparato de metal horrible empotrado a la pared) y una calefacción pequeña, con funcionamiento a electricidad y portátil.

Comedor hasta con velita.

Además de eso en las paredes del cuarto había algunas pinturillas sencillas de paisajes y naturalezas muertas, nada especial; pero los pasillos estaban decorados con pinturas de autor, una serie de retratos originales de mujeres en diversas técnicas –óleo, lápiz y acuarela eran las que predominaban- que si bien no eran algo para detenerse más de 15 segundos si agregaban un toque de sutil elegancia a la residencia. La terraza… bueno, la terraza en el verano supongo que es el lugar favorito de los huéspedes para tomar el desayuno, pero en invierno… la foto lo dice todo. Mi habitación no tenía baño, pero eso era lo de menos; incluso la situación de tener que ir a los baños comunes me proporcionó una vista genial de un cuerpo femenino endiabladamente hermoso enfundado sólo en una toalla.

Mi cuarto. Una delicia.

La residencia era sin lugar a dudas un lugar cómodo, cálido y acogedor, todo en ese lugar no hacía más que recordarme las escenas navideñas del 24, pues se sentía más como una casa grande que como un hospedaje. Indagando después con la recepcionista, recamarera, guía, lavandera, cocinera (estas últimas ocupaciones no las visualicen en el estilo mexicano) y demás, pude saber que los dueños de la residencia poseen una actitud altruista (y hospitalaria, eso es típico en las personas nórdicas) muy marcada, de ahí la razón del precio relativamente bajo con el que conseguí el cuarto, además de que sus creencias cristianas hacen que el lugar sea recomendado para personas con recursos limitados y que se les provea a ese tipo de huéspedes con asistencia. Justo mi caso… Y es momento de describir a la modelo.

La terraza de Nieve.

La primera vez que la vi fue cuando bajaba al comedor para el desayuno. La noche anterior, como ya expliqué no había encontrado a nadie que me recibiera, pero ese día las cosas fueron un shock para mí. Escuchaba desde mi habitación el ruido familiar de la aspiradora (es uno de los ruidos más comunes con los que topa el viajero frecuente) así que ya sabía la rutina, salir, saludar en noruego y después preparar el inglés por si había que intercambiar palabras. Palabras fueron las que me faltaron cuando la vi: Una modelo limpiaba la habitación contigua. Una Barbie pero de menor estatura, un ángel del norte con el rostro fino, las facciones parecían esculpidas por el mismo Miguel Ángel. Su cuerpo delgado y esbelto dejaba ver las proporciones más deliciosas que hubiera visto antes, su cabello rubio -tan natural y tan rubio- caía en mechones sobre su rostro, pues el resto lo tenía recogido en una coleta tan perfecta que parecía un busto de Valkyria, no exagero si les digo que cualquier hombre mataría por una mujer de semejante belleza, incluyéndome yo y en primera fila. Ella, de quién nunca supe el nombre fue la amable encargada de guiarme (justo como las Valkyrias de los cuentos) a mis destinos, no en persona por supuesto, pero si me indicó en mi mapa los puntos de interés a mi vista. Me enamoré de nuevo, y esta vez de la modelo que limpiaba habitaciones, eso me hizo preguntarme lo siguiente: Si una mujer así de hermosa trabaja aquí y es tan sencilla y amable, ¿Qué me espera cuando conozca a la mujer que busca impresionar? Pero esa es otra gran cuestión en la que estaba equivocado y que tocaré más adelante. Siguiendo con ella, a quien llamaré Lady Rowena de Tremaine –los iniciados saben de qué hablo, ahora tengo que encontrar a mi Ligeia para vivir la narración en carne propia y con mi furia- la volvía  a ver en los día subsecuentes de mi estadía, siempre gentil, siempre grácil, siempre con movimientos delicados pero seguros, siempre con una sonrisa en su rostro cuando me acercaba a ella y le preguntaba cualquier cosa. La Barbie noruega había captivado mi corazón pero ni de broma mi fijación en ella alcanzó los niveles de obsesión, arrebato y locura que me produjeron el paisaje de Oslo después.

Agua-Hielo

En el primero de mis paseos me dirigí de nuevo al mar. Esta vez pude apreciar con la debida luz mi primer punto de contacto, vi el muelle con claridad y comprendí que lo que pensaba era mar era en realidad una pequeña entrada hacia la ciudad. El mar se extendía en su grandeza un par de kilómetros más adelante, por lo que decidí bordear el muelle hasta llegar a un punto con mejor vista. El agua del muelle ya no era agua, ya estaba totalmente convertida hielo. En algunos de los ocasionales charcos sobrevivientes los patos se regocijaban dándose chapuzones, lo cual me ponía en vergüenza pues las malditas aves no daban señal alguna de frío, hasta parecían disfrutarlo. Puede sonar tonto, pero me pareció descubrir que incluso se divertían, pues había dos o tres que salían “volando” del charco y aterrizaban en el hielo, dejándose patinar por un par de metros. Dejaban su cuerpo irse con el hielo, y entonces caminaban hasta la nieve y regresaban al charco, de ahí repetían la operación; si al menos no estaban jugando a mí me pareció divertido ver a los bastardos deslizarse de esa forma.

Patos Malditos.

El frío estaba en su punto, -10°C a las 11.00 am y Lady Rowena me había advertido que no encontraría gente en las calles y que a las 3.00 pm el día comenzaba a morir. En Londres había acostumbrado mi cuerpo a temperaturas bajas y a caminar entre la nieve por 10 horas al día, Oslo me dijo suavemente en un suspiro de viento helado que me dejara de pretensiones y que replanteara mis horarios. Camino al muelle asomó un poco de sol, pero no calentó cosa alguna, era como un pequeño recordatorio de que existía y de que algún día regresaría con su fuerza y luminosidad, pero no ese día. La nieve –como se puede apreciar en las fotos- había hecho una capa de casi 20 centímetros de altura, y hubiera hecho más si no es por el magnífico diseño que tiene la ciudad para con los climas extremos. Todo el camino bordeando el muelle sólo vi a unas 15 personas y de esas la mayoría eran mujeres… corriendo. Sí, entendí el porqué de la figura de las noruegas, pues al igual que en Londres, salen a correr por entre la nieve, como si salieran a correr al parque, sólo con unos mallones térmicos y una chamarra, luciendo semejantes siluetas en la nieve. No me sorprende que sean tan ágiles y tan esculturales, aparte de una cuestión genética es cuestión de disciplina. Tuve que desviarme del muelle pues no pude aguantar la nieve en mis pies.

Bordeando el muelle.

Prácticamente me quemaba la nieve, sentía mis plantas arder con cada paso, y a pesar de las calcetas térmicas los Converse sufrían y yo con ellos. Dejé pues la nieve y me adentré en el hielo, otro más de mis errores de novato. El hielo no quemaba tanto pues al menos solo la suela pisaba por algunos instantes, pero el riesgo constante de matarme a cada paso se volvió el nuevo reto. Las calles y los pasos peatonales estaban totalmente congelados y convertidos en pistas mortales. Cada paso tenía que ser dado meticulosamente, cada paso tenía que ser medido milimétricamente, cada cuadra era un nuevo desafío en donde la dignidad y el ridículo estaban en juego. Logré sobrevivir, y hasta el día en que escribo esto no he sufrido ninguna caída, llevo un récord limpio hasta el momento y quiero conservarlo así. Después de unas vueltas por el centro desierto de la ciudad llegué y sin quererlo al edificio sede del Premio Nobel de la Paz. Los premios se dan en la ciudad de Estocolmo, siendo éste el único que se da en Oslo.

Centro Nobel de la Paz.

Ambas naciones, Noruega y Suecia estuvieron unidas durante mucho tiempo, incluso la independencia de Noruega acaba de celebrar su centenario en el año 2005. El edificio no muestra mucho por fuera, y por dentro estaba cerrado. Lo curioso es el montaje de una estructura de metal justo afuera, que presenta un juego de palabras en inglés. La estructura es un marco con agujeros diseminados en él al azar, y en la parte superior se lee SLAUGHTER con letras luminosas, pero únicamente están iluminadas de manera que se lee LAUGHTER. Al menos esa es la impresión inicial, pues en una ciudad como Oslo no creo que le falle la iluminación a una sola letra y menos de tan importante lugar. Por los anuncios que pude ver, el interior cuenta con galerías de los ganadores y tecnología de iluminación de fibra óptica, algún día comprobaré que tal, pues además de que estaba cerrado no pensaba meterme debido al alto costo de 80 kr.

S-LAUGHTER.

Y al fin había llegado a una vista imponente del mar, el muelle y un fiordo a lo lejos, muy a lo lejos. La zona en cuestión se llama Aker Brigge, aunque en realidad esa zona se le relaciona más con el tramo hacia dentro de la ciudad que con el tramo del muelle. Un poco más arriba, y buscando de manera tonta el fiordo de Oslo llegué a la fortaleza de Akershus, un importante bastión histórico en la vida de los noruegos y que presume según una placa en la entrada de nunca haber sido tomada por algún ejército enemigo. La fortaleza es ahora un museo, el cual estaba cerrado también. Unos cuantos paseantes españoletes rompían la armonía de la vista, pero pronto se fueron y pude apreciar la vista desde lo alto de la fortaleza y algunos detalles interesantes. Tristemente el día ya comenzaba a morir, el sol no mordía aún el horizonte pero el cielo ya se veía pesado.

Los cañones en Akershus.

Me prometí volver después con más tiempo, pues francamente había salido tarde de mi hospedaje, debido al cansancio del día anterior, así que me propuse regresar con más luz, cosa que no cumplí… aunque creo que me fue mejor. Tomé pocas fotos ese día pues la cámara amenazaba con extinguir la vida de las pilas, había olvidado recargarlas desde Londres, por lo que me di vuelo tomando fotos con mi cámara de 35 mm, y creo que revelaré mis rollos hasta regresar pues en Europa es algo caro el revelado. Bajé de Akershus y me encontré de nuevo con el centro de la ciudad. Rowena ya me había comentado sobre el reducido tamaño de Oslo, pero no creía que fuera tan pequeño. No recorrí toda la ciudad, pero en una estimación puedo decir que es más pequeño que Pachuca, o al menos que la mancha urbana es más pequeña. Un poco decepcionado de mi pobre resistencia al frío y de la escasez de luz decidí vagar por entre las calles céntricas y encontré algunas cosas interesantes.

Jardín Principal.

Un ejemplo es la exposición de Morten Traavik, un artista de vanguardia noruego que hace algunas cosas interesantes con un misil y un súper condón, pueden encontrar en Internet más de él. El centro de Oslo ofrecía unas cuantas vistas agradables, como el Palacio Real, el edificio de la Universidad (bellísimo) y el parque central. Pero el frío y mis pies ya me exigían un descanso, y encontré un lugar de comida abierto en medio de la soledad de la ciudad. No comí nada típico de noruega por desgracia, me limité a comer lo que mi bolsillo me dejó, pues como ya he dicho, Oslo es caro, carísimo. Un detalle que llamó mi atención fue la reducida cantidad de gente pobre pidiendo dinero en las calles. Es el lugar en donde he estado donde menos gente pobre se ve afuera, pues sólo vi a dos, y nada que ver con las estampas en mi mente de París o Londres o incluso Porto. Algunas personas de bajos recursos traen un chaleco con vivos rojos y venden en 100 kr. una especie de guía de la ciudad. En la televisión vi después –eso entendí, pues ni una palabra de inglés se habla en las noticias- que ellos son parte de una especie de programa del gobierno, pues incluso uno de ellos salió saludando al rey noruego. Parece ser que el gobierno los impulsa a trabajar vendiendo las guías y ellos reciben una comisión, lo cual es mucho mejor que andar en las calles mostrando su pobreza. Eso es algo que admiro del pueblo noruego, a pesar del frío y del semblante y a pesar de la imagen estereotipada de sequedad y pocas emociones ellos sí se preocupan por ayudar a los desvalidos. Y pude ver que no eran pocos los indigentes que vendían las guías, algunos incluso tenían amputaciones en sus extremidades, lo que me da el criterio suficiente para entender que esta ciudad, este pueblo no quiere a gente sin provecho en sus calles.

Café Fiasco cerca de la Central de Autobuses.

Comí kebab, para variar. Pero no fue la comida en sí lo que revivió mi ánimo, fue el calor del lugar. Tan sólo pensar que tendría que salir de nuevo me hizo temblar; es la primera vez en mi vida que le tengo tanto respeto y hasta un cierto temor al frío. Pedí mi kebab para llevar, de esa forma al menos podría llegar a mi hospedaje y calentarme y calentar mi comida. Di un par de vueltas más por el centro hasta que la oscuridad de las 7 pm parecía la medianoche. Y sin mayores sobresaltos regresé al Kristenlund Residence, a comer, leer, escribir y dormir caliente.

Árbol en el atardecer.

Al otro día mi recorrido fue totalmente distinto. Fui a Bygdøy, una pequeña península a corta distancia de mi hospedaje. Y fui precisamente ahí porque el bosque que había entrevisto los días anteriores se encontraba en ese lugar. Bygdøy alberga también al Museo de las Naves Vikingas y un par de museos más, el marítimo y uno de las rutas de exploración nórdicas de Kon-Tiki, un afamado explorador. Pero lo importante era el bosque. Y no me equivoqué. El bosque en Bygdøy comienza cerca de la carretera, pero no hay que adelantar juicios; la carretera es solo una pequeña lombriz al pie de la colina. La ciudad y la urbanidad han respetado en todo momento a la naturaleza, fue por eso que aunque al principio estaba renuente a empezar por ahí terminé de convencerme al ver que es amplio el espacio de bosque. La pequeña unión con la ciudad se limita a un par de carreteras en un espacio pequeño, todo eso y las siluetas de los árboles que me llamaban despejaron mis dudas y me lancé.

El bosque mágico.

Apenas terminé de subir la colina y me encontré con otro mundo, un mundo de escala de grises. La primera vista fue la de un bosque mágico, de cuento pero en invierno. Los árboles enormes y la nieve tan brillante fueron el marco perfecto para la caminata que apenas empezaba, y no hubo mejor forma de acompañar mis pasos que son el mismo ruido de ellos. El silencio era absoluto, ni autos, ni aves, ni cosas extrañas, ni personas. Empecé a caminar despacio, sintiendo cómo en cada paso mis pies se hundían en la nieve y esta entraba por los orificios de mis agujetas hasta llegar al empeine. 15 minutos después la nieve me llegaba hasta la espinilla, y caminar ahí se me hacía cada vez más difícil, pero mi ánimo me indicaba que algo genial pasaría. En ocasiones y por entre los árboles alcanzaba a ver casas, pero no casas comunes, sino verdaderas cabañas, con humo en las chimeneas incluido. Pronto me vi dentro de lo más profundo del bosque, sin nada a mí alrededor más que nieve y árboles.

Caminos boscosos.

Y entonces comenzó la magia. El sonido de mis pasos y de mi respiración a través de mi bufanda era todo lo que se escuchaba. Mi corazón encontró gozo en esos momentos en los que de repente el frío parecía haber cedido un poco, y mis pies ya estaban entrados en calor a causa del esfuerzo. El caminante de verdad no necesita que se le explique la belleza del momento. Después de Londres, Oslo refrescaba mi espíritu con semejante paseo, y el camino inexistente tomaba forma mientras más difíciles pasos daba. No tengo palabras para describir la sensación de caminar ahí. Nunca había hecho cosa semejante, pasear entre la nieve  con el espíritu en calma y regocijándose en el frío. Nunca había parado a sentarme entre los troncos caídos cubiertos de nieve y levantar mi pluma para dedicar líneas a semejante espectáculo. Porque este espectáculo no era un atardecer, o un monumento hecho por el hombre. No era una pintura, ni un lago cristalino, ni una pradera verde y gozosa.

Caminito que la nieve ha labrado…

Esto era un bosque frío, esto era un pedazo de paraíso nórdico, era el espacio perfecto para ser yo con mis demonios y ser yo con mis amores. Caminé y caminé sin parar demasiado, sólo para algunas fotos y para algunas reflexiones. Finalmente llegué a unas llanuras cercadas, lo que indicó civilización cerca. Un poco más al sur encontré un camino, y al seguirlo desemboqué en una de las calles pavimentadas de Bygdøy con un letrero señalando el camino hacia el Museo Vikingo. Y aprovechando mi euforia decidí entrar, pues no pensaba perderme las naves originales que tienen en exhibición.

Poco puedo agregar acerca del museo, pues las fotos hablan por sí mismas y el tema desafortunadamente es ya un poco trillado y falto de interés. Basta decir que pasé un par de horas recuperando fuerzas y admirando a las naves, los restos de textiles y detalles muy asombrosos sobre la vida de los navegantes por excelencia. Las tres naves contenían tesoros que fueron robados antes del descubrimiento, posiblemente casi después de que fueron enterradas. Y sobra decir que las 3 naves son “tumbas”, por lo que había restos humanos en ellas.

La nave Oseberg.

Una controversia grande se suscitó debido a dichos restos, pues después de su descubrimiento a principios de 1900 (Oseberg fue hallada en 1903) los restos fueron guardados en ataúdes de aluminio y vueltos a enterrar como muestra de respeto y para gran disgusto de la comunidad científica. Algunos años después fueron exhumados para comprobar su estado y con horror vieron que la humedad y el aire entrante habían causado un desgate significativo en las osamentas, desde entonces se mantienen bajo estudio e incluso están en exhibición en el mismo museo. Pueden encontrar más información al respecto en la página web del museo, www.visitoslo.com y de ahí sale el link.

Drakkar. Impresionante.

Para rematar el día, salí con dirección sur de nuevo, pues quería atravesar más bosque y llegar hasta el mar, el mar de verdad. El calor del museo no había calmado mi ansia, así que sólo tomé un café barato y re-emprendí el camino. La luz ya comenzaba a irse, por lo que apresuré mis pasos, pero de pronto se apoderó de mí un ensimismamiento tan profundo que simplemente me dejé llevar, bajé la velocidad y estuve caminando despacio, simplemente pensando. No sé qué pasó después, ni a donde me senté o que hice, pues no lo recuerdo. Sólo sé que caminé entre el bosque pensando, siendo yo mismo, disfrutando cada paso y cada respiro.

Lo árboles ya a punto de extinguirse la luz.

Al final, volví en mí cuando encontré otra colina, y esta si estaba difícil de subir. Ayudándome entre ramas y con frecuentes caídas de rodillas en la cuesta pude finalmente encontrar la cima de la colina, y entre los árboles frente a mí percibí un resplandor débil entre naranja y amarillo, pero apagado, como muriendo. Continué, y súbitamente me encontré en la orilla de la colina, de frente al mar. Ahora sí no puedo ni quiero atreverme siquiera a describir la vista, si de he de decir algo eso es Apoteósica. No puedo decir más, no puedo describirlo, al menos no ahora… me hinqué en la nieve y contemplé el mar, no escribí ni tomé fotos, no hablé… esperé hasta que el último fragmento de luz se fuera, hasta que la oscuridad me dejó con el frío y con mi vista, y entonces me volví uno con el paisaje.

Dos horas de camino después estaba de regreso en la ciudad, hambriento y congelado, pero feliz como hacía mucho tiempo no lo estaba. Oslo me había dado un nuevo regalo, y pensé seriamente en quedarme en esas tierras… para siempre.

El crepúsculo, a partir de la 1 pm se empieza a ver. Casa del guardabosques y de su perro Pompo.

La colina, entrada al bosque. El dragón vikingo.

En el muelle.

Una muestra de mi sensibilidad.

El muelle de Oslo.

Fiordos a lo lejos.


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Categorías : Eurotrip

Oslo: La llegada y la navidad.

1 01 2011

La escultura de un tigre en las afueras de la estación de autobuses, y con una lata en su hocico.

24 de diciembre; un desayuno agridulce en el Smart Camden y una caminata hasta la Marble Arch Station y estaba listo para emprender el camino hacia Oslo. Como en la ocasión anterior, la única manera de llegar a tierras nórdicas desde tierras sajonas era por aire, así que me apunte a Ryanair otra vez, esperando lo peor, pero por fortuna no pasó nada más allá de un pequeño susto por el retraso de mi autobús hacia el aeropuerto y azafatas feas. Al momento de dejar Londres me embargaba un sentimiento parecido al de mi primer viaje hace un año cuando dejé París, pero pronto el cansancio se hizo evidente en mí y caí dormido para despertar casi al instante pues el vuelo entre ambas ciudades fue de hora y media, un trayecto en microbús guinda desde Campestre a Matilde dura lo mismo…

Si Londres despertaba en mí emociones y expectativas Oslo no se quedaba atrás. Las tierras nórdicas siempre ejercieron en mí influencia significativa desde mi infancia y en mi adolescencia, y aunque a últimos años me había inclinado más por la Europa central y mediterránea no podía dejar de sentir en mi interior esa cosquilla de niño ilusionado que va a su primer encuentro con lo desconocido. Oslo surgió como destino por el precio mayormente, pues desde Londres lo más barato para volar era esa ciudad. Pero no solamente eso catapultó mis sentidos hacia el norte, sino que también la enorme necesidad de hacer algo diferente en este viaje fue lo que me llevó a no buscar destinos comunes, a no enfrentarme de nuevo a casos como el de París y Londres y a no caer en las expectativas comunes de los demás.

Luces en el parque frente al Palacio Real.

El sentido fuerte de individualismo del que hago gala cada vez que puedo también jugó su papel y terminó por convencerme de que a partir de Oslo el viaje se haría por las regiones extrañas y oscuras que no aparecen en las guías de turistas, el viaje se llevaría a cabo no en los destinos de los paquetes que se compra la gente que quiere comprar la cultura y que anhela poseer un pedazo de vida bebiendo y rumiando lo que el paquete le ofrece. A partir de Oslo empezaba una nueva etapa en viajes, y decidí buscar el frío, el máximo frío posible… y lo logré.

Apenas aterricé en Oslo me di cuenta de que me estaba metiendo con fuerzas naturales muy pero muy superiores a mi resistencia. La temperatura era de -16°C cuando salí del avión, y la escalerilla que colocan para bajar de la nave me dio a entender que aquí no se juega con el frío: Estaba totalmente congelada. La nieve en Oslo no es nieve, la nieve normalmente puede aún ser manejada, puede aún ser pateada, agarrada. La nieve es juguete de muchos y alegría de otros, pero en Oslo la nieve es hielo, y el hielo es mortal. No supe cómo lo hice pero bajé de la escalerilla como un borracho, aferrándome en todo momento al helado pasamanos. 10 minutos después ya estaba dentro del aeropuerto Oslo-Rygge, uno de los tres aeropuertos pequeños que tiene la ciudad. La seguridad si bien no es impresionante si es muy escrupulosa, la tipeja de la aduana hizo más preguntas que en cualquier otro país de Europa en el que he estado, lo cual me causó cierto malestar pues el frío seguía llegando desde el pasillo y la tipa se veía muy cómoda con su calefacción y su gorrito… finalmente pude salir para apenas poder tomar el último autobús a la ciudad, pues como es costumbre de Ryanair los vuelos no llegan a donde dicen, sino a aeropuertos alternos, la vieja historia de siempre, ya saben.

Mi árbol de navidad, mi primer regalo de Oslo.

Aquí vino el primer golpe de la sociedad noruega para mi bolsillo: El maldito autobús costaba unos 200 krones, lo que es en euros unos 50. Oslo es cara, más cara que Londres pero no por el tipo de cambio de su moneda (la libra esterlina cuesta más que el euro y que el krone) sino por el precio de las cosas. 200 krones pueden sonar bien, pero realmente alcanzan para pocas cosas, así que me entenderán si llevo pocos recuerdos de Oslo para ustedes pues se me dificultó mucho poder sobrevivir con tan limitados recursos en un lugar tan caro. El autobús hizo una hora de camino aproximadamente, pero fue una trampa mortal ir tan confortable, con el calor llenando los asientos, el respaldo acolchado y la música de mi reproductor sonando suavemente en mis audífonos… todo iba como en un sueño, todo estaba perfecto para llegar a Oslo y hacer de la capital nórdica mi hogar esa navidad, pero el panorama fue diametralmente opuesto pero jodidamente bello.

Karl Johans gate, una de las principales avenidas de Oslo. Que diferencia con las principales de Londres...

Al salir del autobús el frío ya era de -17°C. La noche ya había caído a pesar de ser apenas las 7.00 pm, y la ciudad estaba literalmente muerta. Las únicas sombras que se veían en la calle éramos nosotros, los recién llegados del autobús. Oslo estaba fría, estaba oscura, y estaba desierta. Pero había algo que me llamaba dentro de esa estampa de ciudad fantasma, las luces apenas y eran las de los faroles de las calles y algunos adornos discretos de navidad. Las luces de los autos pasaban esporádicamente entre algunas calles que no dejaban ver al auto, sólo al espectro luminoso blanco y rojo de sus faros. El único sonido perceptible aparte de mi respiración helada y de mis pasos apresurados era el del frío: El frío se escucha, y se escucha en Oslo con todo su esplendor.

Tuve muchísima fortuna en preguntarle a un amable tipo sobre una de las calles que necesitaba para emprender mi camino hacia mi hospedaje, y me ayudó bastante en señalarme en mi mapa la ruta más corta (Karl Johans-Henrik Ibsen-Bigdøy Alle-Kristineludveind), aunque me hundió un poco al decirme que caminando estaba a más de una hora pues era algo lejos el lugar. Pero como guerrero que soy y como Enrique Galindo lo sabe, tomé mi mochila, la amarré a mi cintura con sus miles de correas, me arregle el sombrero y la bufanda y comencé a caminar. Como ya mencione, Oslo estaba muerto, así que me preocupaba no poder encontrar algo para llenar mi estómago pues desde el Smart Camden no había probado bocado alguno, exceptuando la mitad de un paste frío que guardé y que comí antes de subir al avión. La cena de navidad nunca ha revestido una especial importancia para mí –al menos desde que cumplí 18- por lo que no me preocupaba mucho la cena en sí, sino poder tener algo que calentara mi estómago y que fuera digno de una navidad peregrina, como el año pasado en París y su cous-cous.

Burger King.

En seguida me di cuenta de que Oslo no es ni la mitad de cosmopolita de lo que es Londres, pero aún así cuenta con un agradable centro con «comodidades» tales como un Burger King, locales de Kebab (hay kebab en toda Europa, eso si no tiene objeción), tiendas semi lujosas y cosas por el estilo. Pero en medio de helada noche todo, absolutamente todo estaba cerrado. El frío se hacía cada vez más fuerte en mi percepción, pues a pesar de que la temperatura se conservaba fluctuando entre los -14 y -16°C yo no podía sacar mis manos del abrigo pues de inmediato sentía el frió apoderarse de mi dedo defectuoso y amenazaba con romperlo en pedazos, como si estuviera congelado en carbonita como Han-Solo. Mis últimos cigarrillos Delicados se fueron consumiendo de manera compulsiva pues no era tanta mi ansia de fumar, sino de prender el encendedor y sentir por unos instantes el calor en mis manos. Oslo me estaba recibiendo con dureza, con el frío más fuerte que alguna vez haya sentido en mi vida, en serio. Londres es para nenas, París para maricas, el frío de Venezia es para artistas, el frío de Charleroi es una broma. Oslo es el lugar en donde quiero morirme definitivamente, quiere hacerme uno con el frío pues es brutal, es un frío con el que no se juega ni se intenta siquiera. Oslo me estaba saludando a su manera, eso era todo. Entendí eso cuando al pasar por el Henrik Ibsens gate vi con una sonrisa cómo las frases de este genio de las letras noruego están inscritas en el pavimento, recordándole a todo el caminante que siempre vendrán tiempos cálidos después del frío.

Las frases de Henrik Ibsen en las calles.

En esa misma calle encontré un pedestal en donde se leía “GRATIS” y otras palabras extrañas para mí, pero pude deducir por los pequeño arbolitos que ahí había apilados que los mismos eran gratis, que se podía tomar uno y largarse a adornarlo. Y eso justamente fue lo que hice, mi primer regalo de Oslo además del saludo del invierno fue mi arbolito de navidad y gratis. Eso si ameritaba una cena navideña, pero primero había que encontrar el hospedaje y luego un lugar para conseguir comida que por todos los demonios estuviera abierto. Al final encontré un 7-Eleven, cosa rara para ser Oslo pero no cuestioné mi suerte, agradecí que estaba ese lugar ahí y compré un café mientras pensaba que pedir de cena. Lo mejor fue que un tipo de medio oriente, un inmigrante clásico era el dependiente, por lo que él no celebraba la fiesta pagana del cristianismo y tendría abierto toda la noche, así que decidí mejor encontrar mi hospedaje y después regresar, así estuviera cayendo hielo… otra vez. Por fin y después de menos tiempo del señalado por mi amable guía encontré mi valle, la Kristenludveind. Pero ni signos de algo que remotamente pareciera un hostal, la calle estaba encendida con adornos y con las luces de auténticas chimeneas que se veían a través de las ventanas con cortinas abiertas.

El vicio en Oslo.

Esto es algo que quisiera recalcar de manera importante: Los noruegos celebran la navidad de una manera que jamás había visto antes, no con toda la familia junta quizás pero sí con un ambiente en sus casas, una decoración tal que parecen directamente sacados de una navidad de película. Las chimeneas son reales, y ellos no festejan al gordo de Santa sino a su propi versión de Papa Nöel, abundaré sobre eso más adelante. Los colgajos y el muérdago aquí son de verdad, los colores son más sinceros, los olores son especiales. Toda la calle y de hecho casi todas las calles huelen a leña, pero no a vil leña sino a leña de hogar. No sé de qué árbol la saquen, pero si sé que las calles huelen a esa leña que a pesar del frío hace que extrañamente uno se sienta confortable, esperando llegar a algún lado desconocido pero con la certeza de que se llegará. Algo curioso también es que no sé por qué –y nunca lo investigué- en algunas casas se colocan latas de cera prendidas, lo que conocemos coloquialmente como “veladoras” pero en lata, las cuales arden sin temor ante el frío debido a la lata justamente. No supe su significado, pero en muchas casas las vi, siempre dos y siempre a ambos lados de la puerta, incluso después de navidad volví a ver algunas cuantas en mis caminatas nocturnas. Mientras buscaba mi hospedaje –la Kristenlund Residence- podía ver esas velas, podía oler esa leña, podía ver las escenas navideñas que se desarrollaban adentro. Los festejos eran moderados y eso que ni cerca de las 12 era, o sea que la cena yo suponía estaba apenas por salir del horno. Pero las risas y la alegría navideña se podía sentir en toda la calle; un tipo impecablemente peinado y vistiendo sólo un chaleco y pantalones normales me dio las buenas noches mientras paseaba a su perro y aproveché para preguntarle sobre mi destino, a lo que respondió que él no sabía de ningún hostal en esa calle, pero que si no lo encontraba era bienvenido a pasar a su casa para llamar por teléfono al lugar si es que así lo ameritaba la situación. Gente nórdica, tan frío el lugar pero tan cálidos en su hablar… comenzaba a desesperarme de cargar esa enorme mochila y mi árbol, mis cigarros casi se acababan y ni rastros de la Kristenlund.

Kristenlund Residence de día.

Finalmente encontré debajo de capas y capas de nieve la placa en la pared casi a nivel de piso que señalaba el lugar. Y una vez que llegué a la puerta… cerrado. Ni rastros del recepcionista o de alguien que estuviera adentro. Un silencio permeaba al lugar, y a pesar de que su elegante arquitectura por un momento me distrajo de mi mala suerte no pude menos de tocar la puerta como loco desesperado. Casi 20 minutos de incertidumbre congelada pasé afuera de la residencia, di la vuelta por la entrada trasera, me caí en la nieve pues no se veía nada y de nieve eran casi 20 centímetros; toqué en las ventanas que alcanzaba, grité levemente, volví a tocar la puerta… y nada. Cuando me disponía a ir con el tipo del chaleco y empezaba a hacer un esfuerzo mental para recordar el punto exacto en donde lo había visto ocurrió el milagro, una señora con el pelo húmedo y con todos los rasgos de la nórdica auténtica se asomó por el cristal de la puerta, y de inmediato me abrió.

Mi nota de la recepción. Oslo recibe bien a sus huéspedes.

En su poco inglés me dio a entender que pasara y cuando preparaba mi pasaporte para indagar por mi reservación ella me dio de inmediato un papel con mi nombre en donde los dueños me daban la bienvenida y me indicaban el número de cuarto y toda la información necesaria. La señora debió haber visto mi cara de vagabundo pues después de eso me llevó al comedor común, y me enseñó de donde podía agarrar café y té, lo cual me revivió. Y así, sin pedirme identificación ni cosa parecida la señora me dejó solo, solo en las escaleras de la residencia. Subí a mi cuarto a dejar mi mochila, tomé un poco de café y un té muy bueno (raro que yo diga algo así), hice las cuentas de mis finanzas y con renovados bríos me decidí a salir por algo para cenar, pues para ese entonces ya estaban a punto de dar las 10 pm. Tomé de nuevo el mapa y listo… pero entonces no me pude resistir. El mapa indicaba que donde yo estaba quedaba cerca el mar… y un mar de invierno con esas condiciones era algo que jamás había visto antes así que… al carajo la comida y la cena, al diablo la navidad, lo importante era ir a ver que podía ofrecerme Oslo de regalo por haber llegado, y de verdad que no me decepcionó ni esa noche ni todas las que pasé ahí. Oslo es una de las pocas ciudades que pueden presumir de ser bellas de noche o de día, con luces o sin ellas, con gente o desierta.

Camino al bosque.

(No hay fotos de ese momento, pues es sólo mío) El mar de nieve que contemplé me dejó extasiado. Las luces que me permitían ver el soberbio espectáculo eran las de unas farolas pardas (por tanta nieve también) en el muelle pequeño que ante mí se extendía. Pequeñas embarcaciones estaban atoradas en hielo, prácticamente flotaban sobre un témpano enorme. Y más allá, a través de la noche se alcanzaba a ver el bosque. El frío y los patos nadando en huecos dentro del témpano eran los únicos sonidos y la vista hacia el mar era tan bella que no pude menos que sacar de nuevo el lado sensible, y derramé unas gotas de sal en honor a Oslo, en honor a mis recuerdos y a mis anhelos, en honor a mi navidad con la ciudad. Después de pasear por una media hora entre el cada vez más inhumano frío me decidí a regresar al nido de formalidades, así volví con el árabe de la manera más rápida que pude y compré una pizza de microondas y una Coca-Cola, así como unas galletas. Y así, comiendo en el camino mis galletas me di cuenta de que nunca pero nunca había pensado en pasar un 24 de diciembre así: Vagando por el frío en Noruega. Atrás ya quedaron las fiestecitas con aquellos que hoy son normales, atrás quedaron las reuniones sin sentido y sin otra emoción que la de la mala arte del vino. Hoy cualquier fecha se pasa así, con los que son y siguen siendo, con los que serán para siempre, con los que me hacen crecer y no regresar, con los que somos cristales diáfanos en medio de la noche de mediocridad. Y cuando no es posible el abrazo siempre queda la certeza de que no se necesita: Abrazar y añorar el recuerdo es simplemente suficiente.

Recuerdo.

El frío me recordó que sigo vivo, me recordó que la razón del viaje es esa. Y por mi parte recordé a aquellos, a quienes desde Oslo les dediqué mi canción en el mar y les dediqué mi mano en el hielo, aquellos que son junto conmigo y que siempre serán… hasta siempre.

Bosque noruego.Construcción curiosa.

Las calles del centro de Oslo desiertas.

Iglesia en Karl Johans gate.

Conciertos de bandas locales.

Un adelanto del próximo post...


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Categorías : Eurotrip

Año desde Wroclaw

31 12 2010

Sí, ya sé que el blog va atrasado y que no pongo al corriente esto, pero es que hay tantas cosas que ver y tantos lugares y tantas horas de camino y tanto frío… pero desde Wroclaw en Polonia les deseo el mejor inicio de año posible, a todos y cada de uno de ustedes, ya saben quiénes son y que por motivos de tiempo no puedo mandar correos a cada uno de manera personal, pero les mandaré ya todo en persona… aquí ya casi empieza la celebración, así que hoy me toca ver si Polonia sabe festejar, esta ciudad tiene un pasado comunista y es hora de comprobar si ya está lista para sanar en el fín de la primera década del milenio… un abrazo y felices fiestas, desde Polonia con amor: Yo.


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Londres y los museos, las calles y la despedida.

29 12 2010

10 pesos? No, 2 libras.

Charing Cross es un nombre demasiado engañoso para una calle. Cuando se ve en realidad lo que está sobre Charing Cross se da uno cuenta de inmediato que lo «charing» se fue hace tiempo, y de la «cross» ni hablar. Opulencia y sofisticación es lo que permea en gran parte de esa calle. Continuando con la narración de los recorridos a pie de 10 horas por día (es una regla en mis viajes) en una de esas ocasiones decidí dar una vuelta por el London Zoo, el cual según mi mapa quedaba cerca de mi pocilga. Y efectivamente, el Zoo está en una zona cercana en el mismo Camden Town, dentro de una sección del Regent’s Park. El parque ofrecía una hermosa vista blanca y me asombré de los ingleses e inglesas: De ellos porque salen a correr en la nieve vistiendo sólo una sudadera, gorro, audífonos y licras de ciclista con ese frío atroz. Y de ellas porque hacen lo mismo y dejan al descubierto un cuerpo hermoso, con unas piernas torneadas por la mismísima Afrodita. La mujer inglesa es muy pero muy hermosa, y en invierno se ve aún mejor. Casi todas las chicas que encontré en la calle olvidan el frío y salen con botas altas, mallones ajustados, abrigos de leopardo (falsos por supuesto pues los británicos son pro-natura) y esa tez blanca que el frío marca con una extraña y hermosa finura. Su cabello rubio y largo cuelga despreocupado por la espalda, mientras que un simpático sombrero o adorno coronan su cabeza imperial. La mujer británica es simplemente bella y majestuosa, angelical y fastuosa.

Los conciertos de Londres...

La entrada al Zoo costaba 16.50£, una fortuna para mi bolsillo. Así que decidí mejor caminar por el llamado Outer Circle del parque hasta que llegara a un punto muy curioso que había visto en mi mapa la noche anterior. El punto en cuestión era Baker Street, y cualquier persona que tenga una pizca de gusto por la literatura (en general) sabrá de inmediato asociar ese nombre con el de Arthur Conan Doyle, el bien amado creador de Sherlock Holmes… está de sobra decir algo más sobre el género policiaco, novelas de detectives, etc… Sherlock es Sherlock y que se joda el que no le guste.

221-b, el hogar de Sherlock.

221-b en Baker St., ese es el domicilio del buen Sherlock (al carajo Jude Law y Downey Jr., hablo del Sherlock de verdad), y no podía dejar de darle una visita. Sorpresa, sorpresa… el domicilio existe, y ha sido redecorado de acuerdo con las descripciones de Conan Doyle y claro, se ha convertido en un museo. La entrada era mucho más accesible que la del Zoo o la del Acuario pero me decidí a sólo darle un vistazo a la casa contigua, la tienda. Probablemente uno pensaría que era menester entrar a tan insigne lugar siendo como soy un admirador del genio deductivo; mas el consumismo imperante en el ambiente y los turistas ávidos de una tajada del genio hicieron que mi ánimo se enfriara un poco, así que solamente disfruté de la fachada.

La oficina consultiva de Sherlock con un Lestrade afuera.

Baker street está impreganada de Sherlock por al menos 4 cuadras. La sombra del detective llega hasta los restaurantes, los bares y los hoteles; la célebre silueta del inglés cubre la mayoria de la calle. Dos negocios se resisten a palidecer frente a la sombra del detective  -aunque ambos locales se mantienen bajo sus propios criterios y en su línea distintiva-, la «The Beatles Store London» y «It’s only Rock n’ Roll», ambas tiendas de souvenirs y artículos de colección. La primera, bastante obvia y a la que no entré ni entraría aún después de salir de un pub con 20 pints de cerveza encima. La segunda es una de esas tiendas de arículos raros y hermosos, parafernalia de bandas de rock, curiosamente la mayoría inglesas. La tienda en sí es un recordatorio para los visitantes del legado musical que ha dejado Inglaterra al mundo.

???

Apenas entrar las banderas de la Union Jack invaden la vista, y los más grandes posters, las más coloridas playeras y los artículos más extraños van para Led Zeppelin, The Rolling Stones, Oasis, Hendrix, Motörhead, Sabbath, Iron Maiden, Muse, Slash (solito, sin los Gun’s) y… Nirvana. La naturaleza de la tienda ha excluído a grandes bandas inglesas «light» como Depeche Mode, The Cure, Blur y otras por el estilo, y lo americano sólo tiene contados exponentes como los mencionados Nirvana, Metallica, The Doors y algún otro. Los precios exorbitantes bien valen por los artículos, e incluso hacen envios a todas partes del mundo, me tocó ver un paquete que estaban embalando en ese momento dirigido a un tal Jorge o José en el Estado de México, específicamente en Ciudad Neza.

La tienda del Rock.

El encanto de calle típica en Baker se disipó apenas llegué a un cruce con Oxford street, en donde de nuevo el incesante ritmo galopante de los británicos me hizo querer huir hacia donde fuera, pero lejos del bullicio. La hora era adecuada aún para visitar museos gratis, el gobierno en Londres promueve la cultura mucho (quizá en un intento de quitarse tanta banalidad) y los principales museos públicos son gratis. Lo malo, lo muy malo es que cierran sus puertas temprano y oscurece a las 5 pm, por lo que cuando la noche llega y los museos cierran la ciudad es un hervidero de gente haciendo compras, pidiendo limosna, vendiendo mercancias chinas, bebiendo en pubs… y la cultura se deja para el otro día. El primer museo al que tuve acceso fue el Natural History Museum, el cual alberga una impresionante colección auténtica de ejemplares recolectados por Darwin.

El Diplodocus del Museo de Historia Natural. Impresionante.

Eso y los esqueletos de dinosaurios y los de ballenas son las cosas que realmente valen la pena en el museo. Sobre todo el esqueleto del Diplodocus impresiona de manera tal que hace sentir al hombre como una especie inferior en cuanto a fuerza y resistencia (¿no lo es acaso?).

Esqueleto de ballena azul.

La colección original de Darwin alberga ejemplares recolectados desde 1800, lo que la hace una soberbia y bien cuidada exposición. Hablando un poco de Darwin, los ingleses tienen bien cimentado su orgullo nacional en cuanto a sus héroes. Ninguna oportunidad pierden para recordarle al pueblo que son «mejores» en todos los aspectos, desde música hasta la ciencia, pasando por literatura, arte y fútbol. Nada hay que criticar en eso, quizás ese orgullo nacional sea el causante de que no pertenezcan a la Unión Europea y de que sus enchufes eléctricos sean diferentes al resto. Darwin es un héroe y sale en los billetes, sale en las tazas y en las bufandas y en todos lados, Darwin es omnipresente en Londres.

Ejemplares de la colección.

Al salir del museo (parecían las 11 pm) encontré un puesto que de inmediato quitó mi frío y me regresó un poco a mi ciudad: Un puesto de pastes. Afuera del museo había una pista de hielo repleta de niños patinando con una alegría singular, y al acercarme para unas fotos un olor familiar me indicó que habpia algo más interesante que la pista… y efectivamente, en un puesto-carrito de feria un tipo tenía una hilera de deliciosos pastes. Una hilera es mentira, tenía sendas columnas de pastes acomodados en su mostrador despidiendo ese olor tan corriente en casa y tan hermoso aquí. Sin pensarlo y debido al hambre me abalancé sobre el mostrador y pedí el «Traditional Cornwall Pasty», una mole de casi 20 cm. de papa con carne… pero olviden la carne molida.

Pastes!!!

Para empezar, el tamaño es más del doble; un solo pasty llena de calor al estómago por varias horas. Después la papa, tiene un sabor tan rico, es una papa cocinada de no sé que manera que es casi puré. Luego la carne, no es una miseria de carne molida, son trozos auténticos de steak!!! El sabor de la masa en también delicioso, y no sé si digo esto por mi hambre de ese momento o por que siempre he amado a Pachuca, pero el caso es que ese pasty me devolvió la vida y me hizo adorar aún más a mi ciudad. La noche y la nieve se avecinaban de nuevo, el camino era largo, así que emprendí el retorno pero buscando callejuelas sucias y feas, el Londres de mis cuentos… y no lo encontré.

TATE...

El TATE Modern es el museo de arte moderno con mejores referencias (junto con el de Berlín) en toda Europa. Y no es para menos, había en el momento de mi visita una exposición de Gauguin por la cual sí cobraban, pero me enteré de que el más grande genio artístico de todos los tiempos tenía unas obras ahí: Modigliani. Aparte del genio y de algunos otros que sí valen la pena  -Francis Picabia me dejó grata impresión- el museo presenta una variedad curiosa de arte moderno, diría que contemporáneo pero por cuestiones de purismos no entra en la categoría según los imbéciles que defienden a semejantes pedazos de pretenciosidad. No voy a detenerme demasiado en estas cuestiones, dejaré que las imágenes hablen por sí mismas pues es de sobra conocida mi opinión…

TATE....

La vida en Londres se me pasó igual que como pasa para sus habitantes: Veloz. El Smart Camden seguía ofreciendo singulares y grotescos visitantes y encontré un pequeño pasatiempo divertido en mi estancia. Bajaba a la sala común y prendía mi computadora en una mesa alejada de los sillones, y entonces me divertía escuchando a los italianos y al español (junto con el rumano cara de monstruo y el chino que no tenía amigos) hablar en inglés pensando que yo no entendía. Era bastante gracioso escuchar sus comentarios sobre mí, pues incluso hasta llegaron a pensar que tenía yo el dinero del mundo pues los muy metiches habían visto entre mis hojas aventadas sobre la mesa a mi mapa de Europa con la cruz sobre Noruega, lo que de inmediato les hizo suponer -y estaban en lo cierto- que Oslo era mi siguiente parada… y ahora entiendo por qué pensaban eso del dinero pues Oslo… en el próximo post hablaré de Oslo!!! Fuera de esas pequeñas diversiones en el hostel, Londres me ofrecia una limitada variedad de vagancia. No hablo en el sentido estricto, pues vagar por 10 horas al día es demasiado incluso para mí; el frío no era cosa de juego y sin el abrigo que gentilmente mi madre me obsequió no sé que hubiera sido de mí. Me refiero a que por más que intentaba meterme por callejuelas y por barrios siempre terminaba encontrando una mancha de neón que alumbraba la banqueta; no podía escaparme de la modernidad en Londres.

Adornos, taxis y autobuses.

Mucho he hablado sobre la necesidad de dejar lo viejo atrás y de buscar lo nuevo. Mi idea sigue siendo la misma, sin embargo puede parecer contradictorio lo que escribo con lo que expreso. Pero mi respuesta es la siguiente: Yo conocí en mi imaginación un Londres diferente. Los libros se encargaron de mostrarme a un Londres distinto, y el Londres que encontré no correspondió con mi expectativa. A pesar de eso, la ciudad en sus momentos de tranquilidad (muy temprano o muy tarde) es simplemente magnífica. Cuando las jaurías dejan libres los cruces peatonales y sus prisas se esfuman con la noche es cuando la niebla puede verse con su total esplendor. Es cierto, hay niebla en Londres casi todo el tiempo cerca del Thames, pero desgraciadamente los puestos de salchichas alemanas (¡¡¡que diablos!!!) y los turistas con los flashes no permiten apreciarla. Y la lluvia es algo bello, bellísimo. En uno de mis paseos la lluvia duró todo, pero todo el día y la tarde y la noche. Una lluvia tan fina, tan delgada, casi una brisa… pero que moja, y moja mucho. Me percaté de la belleza de las finas gotas cuando para sacarla cámara  de mi bolsa (una bolsa de «mano» roja que se puede ver en algunas fotos) noté que la ésta ya era de color marrón debido a la humedad. Mi sombrero escurria de una manera tan delicada y mis Converse me llamaban con suspiros para que viera que efectivamente, la lluvia en Londres es toda una experiencia.

Borough Market, uno de los pocos punto lejos del bullicio que pude encontrar y que correspondían al Londres de los cuentos.

Después del paste, del Diplodocus, de la arquitectura de estampas, de Sherlock y de Modigliani ya estaba contento con mi visita. El penúltimo día estuve recorriendo la orilla del Thames para buscar lugares sórdidos, y descubrí algunos pubs con música en vivo. Y viene una de las preguntas clave y una de las respuestas típicas: No, no fui a ninguna tocada de Indie-brit pop-electrónico-lo que sea. Y no fui por la sencilla razón de que es caro, no me canso de repetir que Londres es caro, y que los pocos euros que llevaba se agotaban como absintos en mi casa: Lento pero dramáticamente seguro. Además, la simple etiqueta de «inglés» les da a esas bandas un aura automática y autoimpuesta de calidad. Pero nada más lejos de la realidad, y alguien necesita decirle a esas banduchas inglesas que no por ser inglesas son ya buenas, pues eso es lo que piensan. Para un conocedor y vividor bastan tres o cuatro minutos para discrnir entre lo que es mugre y lo que no. Una persona que escribe sólo tiene que leer cuatro líneas o menos de algo para darse idea, y no solamente por ser un conocedor, sino como lo dije antes, por ser un «vividor», alguién que vive las letras y que vive por las letras. En la música es ese mi caso, así que algunas oidas rápidas me dijeron: «Avanza».

Abbey Road.

Y para causar envidia a la nacada me largué a Abbey Road, el «famoso» lugar donde los «famosos» Beatles se tomaron su «famosa» foto. Por supuesto que no iba a salir yo en la foto, ni siquiera lo pensé. Pero pues tengo conocidos y familiares que disfrutan de la pseudo-música de los 4 maricas de Liverpool, así que para ellos y sólo para ellos y con su recuerdo en mi corazón tomé unas cuantas fotos de tan emblemático lugar para la cultura pop de todo el mundo. El estudio está lleno de firmas y pensamientos de los peregrinos del pop que viajan hasta Londres casi exclusivamente para ver ese lugar, a la gente le importa un pepino si los automoviles vienen o van y se plantan en el cruce para tomarse la foto. Yo crei que el lugar era poco transitado, pero no, la Abbey Road es una calle ancha con demasiada circulación, pues hasta rutas de autobuses pasan ahí. La afluencia de gente es impresionante, yo mismo funcioné como fotográfo de la perrada en no menos de 10 veces!!! Gentilemente accedí a todas las peticiones que me hacian para tomar las fotos, y de hecho hasta trataba de tomarlas en el mismo ángulo como en la portada original… sólo para comprobar que semejante foto no es nada, pero nada difícil de lograr y que únicamente por ser la banda que era la foto cobró tal relevancia.

El cruce.

Y por último enfilé mis pasos a las 5 pm cuando ya la oscuridad había caído hacia el Tower Bridge, el puente más emblemático de Londres. La tarde era tan fría que al llegar al Thames ya no podía con mi alma y con mis tenis. Es de conocimiento común que el frío se acentúa más cerca de los ríos; bueno, pues lo comprobé y de la peor manera posible. El Tower Bridge en un pedazo de arquitectua soberbio. Según esto dan paseos por las torres (con cargo obviamente) y una breve historia del sitio, pero como casi todo lugar cultural interesante se cierra a las 5 pm. El sitio es magnífico, la vista desde ahí da una idea del panorama del Londres actual: Por un lado se ve la famosa Torre de Londres, uno de las pocas construcciones medievales que aún quedan en Londres. Viendo hacia el otro lado se ve el London Bridge, un puente moderno iluminado en rojo que destaca de inmediato y que lleva hacia los edificios grandes, hacia el mundo de los tiempos hiper modernos de Lipovetsky. Mientras atravesaba el Tower Bridge la nostalgia regresó a mí como acostumbra, y deseé fervientemente un pedazo de alcohol al cual sujetarme y pensar en mi Londres de la infancia que no pude encontrar. Pero hasta en eso los ingleses tienen sus reglas, no es tan fácil como en otros países de Europa andar tomando en la calle, de hecho no creo que esté permitido.

Guardia en el Palacio de Buckingham.

Una curiosa situación que pasé en el aeropuerto me recordó la disciplina inglesa: Justo antes de la aduana hay un anuncio que más o menos dice así: «Nuestros agentes aduanales toman muy en serio su trabajo y cualquier intento de intimidación será tomado como un delito», algo así, no lo recuerdo bien pero deja en claro que con los ingleses no se juega, vean a los Hooligans. Y desgraciadamente no pude asistir a ningún partido de fútbol por la ya mencionada cuestión económica, pero me hubiera encnatado ver la actitud tan diferente con la que los ingleses viven su deporte, pues la tradicional actitud flemática la ví en ocasiones sobre actuada.

Y Londres a pesar de la modernidad de Picadilly Circus -a donde fui para sentirme fresa,

Harrods, el equivalente a Galerias La Fayette en París. Si eres mexicano y te quieres sentir mucho ven a Londres y compra aquí, elevará tu status entre la plebe a la que de verdad perteneces.

, a pesar de la actitud patriótica (Buckingham Gardens son una oda a ellos mismos durante las guerras) y  a pesar de sus advertencias fuertes no se salva, y ya está al igual que París llena -repleta- de inmigrantes de todo Oriente, del lejano y del Medio, aparte de los africanos. Tanta diversidad cultural hace de Londres el perfecto caldo de cultivo para la tolerancia y la pesadez, pues lo mismo los londinenses son condescendientes con los inmigrantes y tienen programas de apoyo que lo mismo los patean en el trasero y los expulsan de las calles «nice». Londres, al igual que las grandes metrópolis del mundo es una ciudad de contradicciones en donde su característica principal -la velocidad- absorbe a los habitantes y les da ese aire tan genial y tan odioso que hace a los ingleses sin medias tintas: O se adoran o se odian. Y creo que a pesar de mi experiencia decepcionante en cuanto a los barrios viejos llegué a amar a los londinenses, sobre todo a las mujeres. Creo firmemente que algún día Londres se hundirá en el océano y que toda la modernidad y el lujo se irán al caño, pero mientras tanto me siento feliz de haber conocido la tierra de varios de mis héros de antes y de ahora, y creo que a pesar de todo Londres me recibió como Paris el año pasado, con muchas expectativas y con muchas sorpresas aunque al final me obliga a darle otra visita en el futuro para saldar cuentas por completo. Dios salve a la Reina, y si existe que me salve a mi pues la próxima parada es (fue) Oslo, en donde el vago se pierde en el frío y el frío se pierde en la inmensidad. Perdón por la tardanza y hasta muy pronto… ah, olvidé mencionar que el Lidl nuevamente salvó mi vida y mi bolsillo, larga vida al Lidl.

La comida del vago comprada en el Lidl. Lidl es la onda.

Los fans dejando recuerdos en Abbey Road.

London Tower Bridge.

A la Reina.

Frente al espejo en el TATE, una obra moderna.

No jodan...El Parlamento.


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