El primer muelle.
La arquitectura, el ambiente, la planeación y la limpieza son algunos de los aspectos que definen a una ciudad y promueven su entrada en el catálogo turístico de simplones comerciantes de cultura, faltos de sustento y que denigran el alma de la ciudad en sí. Ese tipo de cuestiones son las que regularmente un visitante busca encontrar en una ciudad, son los puntos primarios para decidir si la ciudad “gusta” o no. Además de eso, existe toda una variedad en lo que respecta a criterios para que el recién llegado aprecie las nuevas calles. Entre lo más común se puede contar con “diversión” (antros y cosas parecidas, situaciones y lugares propios de los turistas de ocasión), comodidad, ubicación, costo, comida y mil trivialidades más. Pero la ya gastada suela de mis Converse no se fija en esas nimiedades, y mis ojos no buscan más que contemplar lo bello. Y vaya que lo encontré en Oslo, al grado de lo sublime.
Oslo me ha dado hasta el momento el escenario natural de mi vida, así de sencillo. Nunca antes un paisaje sin la mano corrupta del hombre me había producido la sensación –única e indisoluble- de algo más allá de lo bello. Se dice que una contemplación de tal magnitud produce “miles de sensaciones bellas”, para mí sólo me produjo algo, y ese algo no puedo ni acierto a describirlo con palabras. Pero iré por partes, sirvan los párrafos anteriores como introducción y adelanto tentador de lo que este post tiene que ofrecer…
Si en México el 25 de diciembre es un día muerto y en París es un día muerto a medias es justo decir entonces que en Oslo el 25 de diciembre es un cadáver congelado. El alba despunta entre 8 y 8.30 am, pero dadas las condiciones del clima la luz naciente es gris, mortecina. Ese día tuve un desayuno simple pero bueno en la Kristenlund Residence, y me adentré a reconocer por primera vez mi nuevo hospedaje. Un comedor bastante agradable es el centro de la residencia, y el nombre le queda a modo pues toda la estructura del lugar indica que antes fue eso, una residencia –casi mansión-. Los pisos de madera crujiendo al pisar y los escalones pesados le daban ese aire señorial que aún poseía, y me terminé de convencer de su antigua naturaleza cuando descubrí que tenían un sótano, el cual estaba acondicionado para albergar más cuartos. Con respecto al mío, era una dulzura después de la tortura del Smart Camden: Una cama baja, sencilla, con sábanas y edredón blanco (¡finalmente algo limpio!), alfombra cuidada, una televisión, un clóset amplio, calefacción de la normal (aparato de metal horrible empotrado a la pared) y una calefacción pequeña, con funcionamiento a electricidad y portátil.
Comedor hasta con velita.
Además de eso en las paredes del cuarto había algunas pinturillas sencillas de paisajes y naturalezas muertas, nada especial; pero los pasillos estaban decorados con pinturas de autor, una serie de retratos originales de mujeres en diversas técnicas –óleo, lápiz y acuarela eran las que predominaban- que si bien no eran algo para detenerse más de 15 segundos si agregaban un toque de sutil elegancia a la residencia. La terraza… bueno, la terraza en el verano supongo que es el lugar favorito de los huéspedes para tomar el desayuno, pero en invierno… la foto lo dice todo. Mi habitación no tenía baño, pero eso era lo de menos; incluso la situación de tener que ir a los baños comunes me proporcionó una vista genial de un cuerpo femenino endiabladamente hermoso enfundado sólo en una toalla.
Mi cuarto. Una delicia.
La residencia era sin lugar a dudas un lugar cómodo, cálido y acogedor, todo en ese lugar no hacía más que recordarme las escenas navideñas del 24, pues se sentía más como una casa grande que como un hospedaje. Indagando después con la recepcionista, recamarera, guía, lavandera, cocinera (estas últimas ocupaciones no las visualicen en el estilo mexicano) y demás, pude saber que los dueños de la residencia poseen una actitud altruista (y hospitalaria, eso es típico en las personas nórdicas) muy marcada, de ahí la razón del precio relativamente bajo con el que conseguí el cuarto, además de que sus creencias cristianas hacen que el lugar sea recomendado para personas con recursos limitados y que se les provea a ese tipo de huéspedes con asistencia. Justo mi caso… Y es momento de describir a la modelo.
La terraza de Nieve.
La primera vez que la vi fue cuando bajaba al comedor para el desayuno. La noche anterior, como ya expliqué no había encontrado a nadie que me recibiera, pero ese día las cosas fueron un shock para mí. Escuchaba desde mi habitación el ruido familiar de la aspiradora (es uno de los ruidos más comunes con los que topa el viajero frecuente) así que ya sabía la rutina, salir, saludar en noruego y después preparar el inglés por si había que intercambiar palabras. Palabras fueron las que me faltaron cuando la vi: Una modelo limpiaba la habitación contigua. Una Barbie pero de menor estatura, un ángel del norte con el rostro fino, las facciones parecían esculpidas por el mismo Miguel Ángel. Su cuerpo delgado y esbelto dejaba ver las proporciones más deliciosas que hubiera visto antes, su cabello rubio -tan natural y tan rubio- caía en mechones sobre su rostro, pues el resto lo tenía recogido en una coleta tan perfecta que parecía un busto de Valkyria, no exagero si les digo que cualquier hombre mataría por una mujer de semejante belleza, incluyéndome yo y en primera fila. Ella, de quién nunca supe el nombre fue la amable encargada de guiarme (justo como las Valkyrias de los cuentos) a mis destinos, no en persona por supuesto, pero si me indicó en mi mapa los puntos de interés a mi vista. Me enamoré de nuevo, y esta vez de la modelo que limpiaba habitaciones, eso me hizo preguntarme lo siguiente: Si una mujer así de hermosa trabaja aquí y es tan sencilla y amable, ¿Qué me espera cuando conozca a la mujer que busca impresionar? Pero esa es otra gran cuestión en la que estaba equivocado y que tocaré más adelante. Siguiendo con ella, a quien llamaré Lady Rowena de Tremaine –los iniciados saben de qué hablo, ahora tengo que encontrar a mi Ligeia para vivir la narración en carne propia y con mi furia- la volvía a ver en los día subsecuentes de mi estadía, siempre gentil, siempre grácil, siempre con movimientos delicados pero seguros, siempre con una sonrisa en su rostro cuando me acercaba a ella y le preguntaba cualquier cosa. La Barbie noruega había captivado mi corazón pero ni de broma mi fijación en ella alcanzó los niveles de obsesión, arrebato y locura que me produjeron el paisaje de Oslo después.
Agua-Hielo
En el primero de mis paseos me dirigí de nuevo al mar. Esta vez pude apreciar con la debida luz mi primer punto de contacto, vi el muelle con claridad y comprendí que lo que pensaba era mar era en realidad una pequeña entrada hacia la ciudad. El mar se extendía en su grandeza un par de kilómetros más adelante, por lo que decidí bordear el muelle hasta llegar a un punto con mejor vista. El agua del muelle ya no era agua, ya estaba totalmente convertida hielo. En algunos de los ocasionales charcos sobrevivientes los patos se regocijaban dándose chapuzones, lo cual me ponía en vergüenza pues las malditas aves no daban señal alguna de frío, hasta parecían disfrutarlo. Puede sonar tonto, pero me pareció descubrir que incluso se divertían, pues había dos o tres que salían “volando” del charco y aterrizaban en el hielo, dejándose patinar por un par de metros. Dejaban su cuerpo irse con el hielo, y entonces caminaban hasta la nieve y regresaban al charco, de ahí repetían la operación; si al menos no estaban jugando a mí me pareció divertido ver a los bastardos deslizarse de esa forma.
Patos Malditos.
El frío estaba en su punto, -10°C a las 11.00 am y Lady Rowena me había advertido que no encontraría gente en las calles y que a las 3.00 pm el día comenzaba a morir. En Londres había acostumbrado mi cuerpo a temperaturas bajas y a caminar entre la nieve por 10 horas al día, Oslo me dijo suavemente en un suspiro de viento helado que me dejara de pretensiones y que replanteara mis horarios. Camino al muelle asomó un poco de sol, pero no calentó cosa alguna, era como un pequeño recordatorio de que existía y de que algún día regresaría con su fuerza y luminosidad, pero no ese día. La nieve –como se puede apreciar en las fotos- había hecho una capa de casi 20 centímetros de altura, y hubiera hecho más si no es por el magnífico diseño que tiene la ciudad para con los climas extremos. Todo el camino bordeando el muelle sólo vi a unas 15 personas y de esas la mayoría eran mujeres… corriendo. Sí, entendí el porqué de la figura de las noruegas, pues al igual que en Londres, salen a correr por entre la nieve, como si salieran a correr al parque, sólo con unos mallones térmicos y una chamarra, luciendo semejantes siluetas en la nieve. No me sorprende que sean tan ágiles y tan esculturales, aparte de una cuestión genética es cuestión de disciplina. Tuve que desviarme del muelle pues no pude aguantar la nieve en mis pies.
Bordeando el muelle.
Prácticamente me quemaba la nieve, sentía mis plantas arder con cada paso, y a pesar de las calcetas térmicas los Converse sufrían y yo con ellos. Dejé pues la nieve y me adentré en el hielo, otro más de mis errores de novato. El hielo no quemaba tanto pues al menos solo la suela pisaba por algunos instantes, pero el riesgo constante de matarme a cada paso se volvió el nuevo reto. Las calles y los pasos peatonales estaban totalmente congelados y convertidos en pistas mortales. Cada paso tenía que ser dado meticulosamente, cada paso tenía que ser medido milimétricamente, cada cuadra era un nuevo desafío en donde la dignidad y el ridículo estaban en juego. Logré sobrevivir, y hasta el día en que escribo esto no he sufrido ninguna caída, llevo un récord limpio hasta el momento y quiero conservarlo así. Después de unas vueltas por el centro desierto de la ciudad llegué y sin quererlo al edificio sede del Premio Nobel de la Paz. Los premios se dan en la ciudad de Estocolmo, siendo éste el único que se da en Oslo.
Centro Nobel de la Paz.
Ambas naciones, Noruega y Suecia estuvieron unidas durante mucho tiempo, incluso la independencia de Noruega acaba de celebrar su centenario en el año 2005. El edificio no muestra mucho por fuera, y por dentro estaba cerrado. Lo curioso es el montaje de una estructura de metal justo afuera, que presenta un juego de palabras en inglés. La estructura es un marco con agujeros diseminados en él al azar, y en la parte superior se lee SLAUGHTER con letras luminosas, pero únicamente están iluminadas de manera que se lee LAUGHTER. Al menos esa es la impresión inicial, pues en una ciudad como Oslo no creo que le falle la iluminación a una sola letra y menos de tan importante lugar. Por los anuncios que pude ver, el interior cuenta con galerías de los ganadores y tecnología de iluminación de fibra óptica, algún día comprobaré que tal, pues además de que estaba cerrado no pensaba meterme debido al alto costo de 80 kr.
S-LAUGHTER.
Y al fin había llegado a una vista imponente del mar, el muelle y un fiordo a lo lejos, muy a lo lejos. La zona en cuestión se llama Aker Brigge, aunque en realidad esa zona se le relaciona más con el tramo hacia dentro de la ciudad que con el tramo del muelle. Un poco más arriba, y buscando de manera tonta el fiordo de Oslo llegué a la fortaleza de Akershus, un importante bastión histórico en la vida de los noruegos y que presume según una placa en la entrada de nunca haber sido tomada por algún ejército enemigo. La fortaleza es ahora un museo, el cual estaba cerrado también. Unos cuantos paseantes españoletes rompían la armonía de la vista, pero pronto se fueron y pude apreciar la vista desde lo alto de la fortaleza y algunos detalles interesantes. Tristemente el día ya comenzaba a morir, el sol no mordía aún el horizonte pero el cielo ya se veía pesado.
Los cañones en Akershus.
Me prometí volver después con más tiempo, pues francamente había salido tarde de mi hospedaje, debido al cansancio del día anterior, así que me propuse regresar con más luz, cosa que no cumplí… aunque creo que me fue mejor. Tomé pocas fotos ese día pues la cámara amenazaba con extinguir la vida de las pilas, había olvidado recargarlas desde Londres, por lo que me di vuelo tomando fotos con mi cámara de 35 mm, y creo que revelaré mis rollos hasta regresar pues en Europa es algo caro el revelado. Bajé de Akershus y me encontré de nuevo con el centro de la ciudad. Rowena ya me había comentado sobre el reducido tamaño de Oslo, pero no creía que fuera tan pequeño. No recorrí toda la ciudad, pero en una estimación puedo decir que es más pequeño que Pachuca, o al menos que la mancha urbana es más pequeña. Un poco decepcionado de mi pobre resistencia al frío y de la escasez de luz decidí vagar por entre las calles céntricas y encontré algunas cosas interesantes.
Jardín Principal.
Un ejemplo es la exposición de Morten Traavik, un artista de vanguardia noruego que hace algunas cosas interesantes con un misil y un súper condón, pueden encontrar en Internet más de él. El centro de Oslo ofrecía unas cuantas vistas agradables, como el Palacio Real, el edificio de la Universidad (bellísimo) y el parque central. Pero el frío y mis pies ya me exigían un descanso, y encontré un lugar de comida abierto en medio de la soledad de la ciudad. No comí nada típico de noruega por desgracia, me limité a comer lo que mi bolsillo me dejó, pues como ya he dicho, Oslo es caro, carísimo. Un detalle que llamó mi atención fue la reducida cantidad de gente pobre pidiendo dinero en las calles. Es el lugar en donde he estado donde menos gente pobre se ve afuera, pues sólo vi a dos, y nada que ver con las estampas en mi mente de París o Londres o incluso Porto. Algunas personas de bajos recursos traen un chaleco con vivos rojos y venden en 100 kr. una especie de guía de la ciudad. En la televisión vi después –eso entendí, pues ni una palabra de inglés se habla en las noticias- que ellos son parte de una especie de programa del gobierno, pues incluso uno de ellos salió saludando al rey noruego. Parece ser que el gobierno los impulsa a trabajar vendiendo las guías y ellos reciben una comisión, lo cual es mucho mejor que andar en las calles mostrando su pobreza. Eso es algo que admiro del pueblo noruego, a pesar del frío y del semblante y a pesar de la imagen estereotipada de sequedad y pocas emociones ellos sí se preocupan por ayudar a los desvalidos. Y pude ver que no eran pocos los indigentes que vendían las guías, algunos incluso tenían amputaciones en sus extremidades, lo que me da el criterio suficiente para entender que esta ciudad, este pueblo no quiere a gente sin provecho en sus calles.
Café Fiasco cerca de la Central de Autobuses.
Comí kebab, para variar. Pero no fue la comida en sí lo que revivió mi ánimo, fue el calor del lugar. Tan sólo pensar que tendría que salir de nuevo me hizo temblar; es la primera vez en mi vida que le tengo tanto respeto y hasta un cierto temor al frío. Pedí mi kebab para llevar, de esa forma al menos podría llegar a mi hospedaje y calentarme y calentar mi comida. Di un par de vueltas más por el centro hasta que la oscuridad de las 7 pm parecía la medianoche. Y sin mayores sobresaltos regresé al Kristenlund Residence, a comer, leer, escribir y dormir caliente.
Árbol en el atardecer.
Al otro día mi recorrido fue totalmente distinto. Fui a Bygdøy, una pequeña península a corta distancia de mi hospedaje. Y fui precisamente ahí porque el bosque que había entrevisto los días anteriores se encontraba en ese lugar. Bygdøy alberga también al Museo de las Naves Vikingas y un par de museos más, el marítimo y uno de las rutas de exploración nórdicas de Kon-Tiki, un afamado explorador. Pero lo importante era el bosque. Y no me equivoqué. El bosque en Bygdøy comienza cerca de la carretera, pero no hay que adelantar juicios; la carretera es solo una pequeña lombriz al pie de la colina. La ciudad y la urbanidad han respetado en todo momento a la naturaleza, fue por eso que aunque al principio estaba renuente a empezar por ahí terminé de convencerme al ver que es amplio el espacio de bosque. La pequeña unión con la ciudad se limita a un par de carreteras en un espacio pequeño, todo eso y las siluetas de los árboles que me llamaban despejaron mis dudas y me lancé.
El bosque mágico.
Apenas terminé de subir la colina y me encontré con otro mundo, un mundo de escala de grises. La primera vista fue la de un bosque mágico, de cuento pero en invierno. Los árboles enormes y la nieve tan brillante fueron el marco perfecto para la caminata que apenas empezaba, y no hubo mejor forma de acompañar mis pasos que son el mismo ruido de ellos. El silencio era absoluto, ni autos, ni aves, ni cosas extrañas, ni personas. Empecé a caminar despacio, sintiendo cómo en cada paso mis pies se hundían en la nieve y esta entraba por los orificios de mis agujetas hasta llegar al empeine. 15 minutos después la nieve me llegaba hasta la espinilla, y caminar ahí se me hacía cada vez más difícil, pero mi ánimo me indicaba que algo genial pasaría. En ocasiones y por entre los árboles alcanzaba a ver casas, pero no casas comunes, sino verdaderas cabañas, con humo en las chimeneas incluido. Pronto me vi dentro de lo más profundo del bosque, sin nada a mí alrededor más que nieve y árboles.
Caminos boscosos.
Y entonces comenzó la magia. El sonido de mis pasos y de mi respiración a través de mi bufanda era todo lo que se escuchaba. Mi corazón encontró gozo en esos momentos en los que de repente el frío parecía haber cedido un poco, y mis pies ya estaban entrados en calor a causa del esfuerzo. El caminante de verdad no necesita que se le explique la belleza del momento. Después de Londres, Oslo refrescaba mi espíritu con semejante paseo, y el camino inexistente tomaba forma mientras más difíciles pasos daba. No tengo palabras para describir la sensación de caminar ahí. Nunca había hecho cosa semejante, pasear entre la nieve con el espíritu en calma y regocijándose en el frío. Nunca había parado a sentarme entre los troncos caídos cubiertos de nieve y levantar mi pluma para dedicar líneas a semejante espectáculo. Porque este espectáculo no era un atardecer, o un monumento hecho por el hombre. No era una pintura, ni un lago cristalino, ni una pradera verde y gozosa.
Caminito que la nieve ha labrado…
Esto era un bosque frío, esto era un pedazo de paraíso nórdico, era el espacio perfecto para ser yo con mis demonios y ser yo con mis amores. Caminé y caminé sin parar demasiado, sólo para algunas fotos y para algunas reflexiones. Finalmente llegué a unas llanuras cercadas, lo que indicó civilización cerca. Un poco más al sur encontré un camino, y al seguirlo desemboqué en una de las calles pavimentadas de Bygdøy con un letrero señalando el camino hacia el Museo Vikingo. Y aprovechando mi euforia decidí entrar, pues no pensaba perderme las naves originales que tienen en exhibición.
Poco puedo agregar acerca del museo, pues las fotos hablan por sí mismas y el tema desafortunadamente es ya un poco trillado y falto de interés. Basta decir que pasé un par de horas recuperando fuerzas y admirando a las naves, los restos de textiles y detalles muy asombrosos sobre la vida de los navegantes por excelencia. Las tres naves contenían tesoros que fueron robados antes del descubrimiento, posiblemente casi después de que fueron enterradas. Y sobra decir que las 3 naves son “tumbas”, por lo que había restos humanos en ellas.
La nave Oseberg.
Una controversia grande se suscitó debido a dichos restos, pues después de su descubrimiento a principios de 1900 (Oseberg fue hallada en 1903) los restos fueron guardados en ataúdes de aluminio y vueltos a enterrar como muestra de respeto y para gran disgusto de la comunidad científica. Algunos años después fueron exhumados para comprobar su estado y con horror vieron que la humedad y el aire entrante habían causado un desgate significativo en las osamentas, desde entonces se mantienen bajo estudio e incluso están en exhibición en el mismo museo. Pueden encontrar más información al respecto en la página web del museo, www.visitoslo.com y de ahí sale el link.
Drakkar. Impresionante.
Para rematar el día, salí con dirección sur de nuevo, pues quería atravesar más bosque y llegar hasta el mar, el mar de verdad. El calor del museo no había calmado mi ansia, así que sólo tomé un café barato y re-emprendí el camino. La luz ya comenzaba a irse, por lo que apresuré mis pasos, pero de pronto se apoderó de mí un ensimismamiento tan profundo que simplemente me dejé llevar, bajé la velocidad y estuve caminando despacio, simplemente pensando. No sé qué pasó después, ni a donde me senté o que hice, pues no lo recuerdo. Sólo sé que caminé entre el bosque pensando, siendo yo mismo, disfrutando cada paso y cada respiro.
Lo árboles ya a punto de extinguirse la luz.
Al final, volví en mí cuando encontré otra colina, y esta si estaba difícil de subir. Ayudándome entre ramas y con frecuentes caídas de rodillas en la cuesta pude finalmente encontrar la cima de la colina, y entre los árboles frente a mí percibí un resplandor débil entre naranja y amarillo, pero apagado, como muriendo. Continué, y súbitamente me encontré en la orilla de la colina, de frente al mar. Ahora sí no puedo ni quiero atreverme siquiera a describir la vista, si de he de decir algo eso es Apoteósica. No puedo decir más, no puedo describirlo, al menos no ahora… me hinqué en la nieve y contemplé el mar, no escribí ni tomé fotos, no hablé… esperé hasta que el último fragmento de luz se fuera, hasta que la oscuridad me dejó con el frío y con mi vista, y entonces me volví uno con el paisaje.
Dos horas de camino después estaba de regreso en la ciudad, hambriento y congelado, pero feliz como hacía mucho tiempo no lo estaba. Oslo me había dado un nuevo regalo, y pensé seriamente en quedarme en esas tierras… para siempre.
El crepúsculo, a partir de la 1 pm se empieza a ver. Casa del guardabosques y de su perro Pompo.
La colina, entrada al bosque. El dragón vikingo.
En el muelle.
Una muestra de mi sensibilidad.
El muelle de Oslo.
Fiordos a lo lejos.
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